LAS LETRAS DE LAS CANCIONES DE STEPHEN FOSTER

Por  RAFAEL GABÁS ARCOS

Sello Postal, homenaje a S. Foster

Stephen Foster fue el más pequeño de los diez hermanos que componían su familia, bastante acomodada por cierto. Sin formación musical comenzó a componer a los 20 años y su producción puede definirse como frenética si tenemos en cuenta que vivió poco más de 37 años.
En sus comienzos, al final de los años 40 (del siglo XIX, obviamente), sus letras están plagadas de estereotipos sureños y raciales que van cambiando hacia una percepción más abolicionista y abierta desde el punto de vista político.
Hay un motivo recurrente que veremos en tres de las 6 canciones que comentaré a continuación y es el intento de humanización del mundo esclavo de los afroamericanos y la nostalgia de tiempos pasados: La vida de los esclavos vista con cierta relajación, con no demasiada profundidad, los placeres de la vida rural, la recompensa del trabajo bien hecho… sin ninguna crítica hacia una de las prácticas más deshumanizadoras que han tenido lugar a lo largo del la historia del ser humano, a pesar de su posición claramente antiesclavista. No podemos olvidar que estas letras (y los minstrels en su conjunto) están pensados para un público blanco y generalmente del norte, para espectáculos cuya función era la mera diversión, sin ningún afán profundizador.

BELLA QUIMERA (BEAUTIFUL DREAMER)

¡Bella Quimera, despiértame¡
Las luces del alba y las gotas de rocío te esperan.
Se escuchan día tras día los sonidos mundanos,
intercalados por la luz de la luna que desaparece.
Bella Quimera, reina de mi canción
escucha mientras te cortejo con esta dulce melodía;
Ya acabaron las abrumadoras preocupaciones de la vida,
¡Bella Quimera, despiértame!
¡Bella Quimera, despiértame!

Bella Quimera, hay allá en el mar
sirenas que cantan a la indómita Lorelei.*1
Las nacientes brumas sobre los arroyuelos
se desvanecerán con la llegada de la radiante mañana.
Bella Quimera, timón de mi corazón,
tanto en las mañanas como en las tardes, en arroyos o en el mar,
lograrás hacer desaparecer toda nube de aflicción,
¡Bella Quimera, despiértame!
¡Bella Quimera, despiértame!

1 Lorelei: sirena del Rhin (leyenda)

Es la última canción que Foster compuso, entre 1863 y 1864. El  protagonista invoca a una mujer ya fallecida, mientras es consciente de su propio final (¿premonición…?), en un estado de plácida languidez y quietud. Hay un interés por escapar de lo mundano y huir del mundo terrenal, un mundo que le daba la espalda. No olvidemos que el autor subsistía en una situación de extrema pobreza y la música y la literatura eran su única posibilidad de disfrutar una realidad paralela. Foster demuestra un increíble dominio de la métrica y el ritmo interno sin duda porque el autor estaba en el esplendor de su creatividad: Estamos ante una de las letras más exquisitas de Foster, si no la que más…
Aunque no tengo pruebas, Foster debió de ser un gran lector de Shakespeare y en esta canción, de tono triste pero tranquilo y apacible, se perciben sus influencias, escapando de los tópicos tan repetidos en cientos de minstrels: Aquí afronta uno de los temas más repetidos por el ser humano a través de los tiempos: La muerte, el narrador invoca a una amante intangible, muerta como ya he comentado, para que lo lleve con ella.

JOE, EL VIEJO NEGRO (Old Black Joe)

Ya se fueron los días en los que mi corazón era joven y feliz.
Atrás quedaron los trabajos en las plantaciones de algodón.
Desaparecieron los campos de una tierra mejor, lo sé.
Escucho todavía aquellas suaves voces diciendo: Joe, viejo negro.

Ya voy, ya voy…
mi cabeza se inclina suavemente
para escuchar aquellas apacibles voces que dicen: Joe viejo negro.

Estoy volviendo a casa,
Estoy volviendo a casa,
Ohh, mi cabeza se inclina suavemente
para escuchar aquellas dulces voces que dicen: Joe,  viejo negro,
Joe viejo negro, Joe viejo negro, Joe viejo negro.

¿Por qué lloro cuando mi corazón no debería sentir ningún dolor?
¿Por qué soy consciente de que mis amigos no volverán?
Afligido por los que se fueron hace mucho tiempo
escucho todas sus suaves voces que dicen: Joe, viejo negro.

¿Dónde están esos corazones hace un tiempo libres y felices?
¿Dónde están esos niños tan queridos que sostenía en mi rodilla?
Se han ido a la tierra donde mi alma se fue hace ya mucho tiempo:
Escucho sus apacibles voces que dicen: Joe, viejo negro.

Aparece en nuestra segunda canción un tema recurrente  en las composiciones de Foster: La nostalgia de tiempos pasados, el dicho tan extendido de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay una fuerte tendencia a idealizar el mundo esclavo, a magnificar pequeños aspectos de la vida cotidiana ignorando  buena parte de la realidad pasada. Una función de las letras en los minstrels (además de la diversión) era la de conmover y buscar la compasión en el oyente, de humanizar la esclavitud en definitiva.
En los primeros versos en los que el narrador añora las plantaciones de algodón y en uno de los últimos… corazones hace un tiempo libres y felices hay una clara contradicción y una notable condescendencia en referencia a los esclavos: El lector no puede por menos que encontrar ligeramente chirriante el hecho de encontrar la felicidad (palabra que repite dos veces gay y happy) siendo esclavo y propiedad de otra persona. Insiste en la sensación de desaparición a través del participio Gone, el cual tiene un marcado sentido de pérdida y ausencia, una anticipación de la muerte cercana que le aguarda, reconfortante en cierto modo porque será la forma de reunirse con sus amigos que se fueron hace mucho tiempo.
La canción data de 1860 y una sensación melancólica y de nostalgia así como el deseo de abandono del mundo material impregnan toda la letra; el esclavo añora aquellos días en los que su corazón era joven (heart was young) y también una tierra mejor (a better land).

LAS CARRERAS DE CAMPTOWN (THE CAMPTOWN RACES)

Las mujeres de Camptown cantan esta canción
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
El circuito de Camptown tiene 5 millas
¡Oh, es el día de duu-daa¡
Voy caminando hasta allí con mi sombrero hongo
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
y vuelvo con el bolsillo lleno de pasta
¡Oh, es el día de duu-daa¡

(Estribillo)
Van a correr todo el día,
van a correr toda la noche:
Apostaré mi dinero por el caballo de cola cortada,
también alguien apostará por él.

La yegua joven de larga cola y el gran caballo negro
¡duu-daa!   ¡duu-daa!
Ambos vuelan por la pista y se cruzan
¡Oh, es el día de duu-daa!
El caballo ciego se atasca en un gran agujero
¡duu-daa!   ¡duu-daa!
No se puede tocar fondo de esa manera
¡Oh, es el día de duu-daa¡

Estribillo

Una vieja vaca llega a la carrera
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
El caballo de cola corta se echa sobre su lomo
¡Oh, es el día de duu-daa¡
Pasan volando por la pista como un tren
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
Corriendo como estrellas fugaces
¡Oh, es el día de duu-daa¡

Estribillo

Míralos volando a 10 millas de altura
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
alrededor de la pista una y otra vez
¡Oh, es el día de duu-daa¡
Gané mi dinero con el caballo de cola cortada
¡duu-daa¡   ¡duu-daa¡
Y lo guardaré en mi viejo saco de yute
¡Oh, es el día de duu-daa¡

Y tras el tono triste de las dos primeras canciones una canción de los comienzos (¿1849…?) completamente impregnada de la tradición de los minstrels, escrita en dialecto, o jerga, como se prefiera (de en lugar de the, gwine en lugar de going, etc.) y con una amplia gama de términos zoológicos: filly, bob tail nag, muley, black horse, etc. Aparecen , cómo no, los estereotipos, comenzando por el título que nos sugiere una ciudad campamento plagada de ex-esclavos, afroamericanos y blancos indigentes, cuyo único interés en la vida es el de apostar en carreras de caballos y conseguir dinero fácil sin trabajar.
El tono es humorístico, jovial, desenfadado y despreocupado: Carpe Diem por encima de cualquier otro concepto, aunque con exageraciones (El circuito de Camptown tiene 5 millas… o volando a 10 millas de altura…) y guiños sexuales.
Hay también una nueva visión del afroamericano como excéntrico,  con parcelas de ocio y vida social lejos de los amos y las plantaciones, pero a la vez perezoso y tendente al despilfarro. Está escrita en un lenguaje popular, directo y con expresiones totalmente ajenas al lector español y Foster utiliza giros idiomáticos propios de un lugar y un momento histórico determinado que resultan complejos incluso para un hablante anglosajón.

VIEJOS AMIGOS EN CASA (OLDS FOLKS AT HOME)

Un largo trecho sobre el río Suwanee
muy, muy lejos,
Eso es lo que mi corazón recuerda,
donde permanecen los viejos amigos.
Vacilante, por todo el mundo
deambulo triste,
añorando la vieja plantación
y a los viejos amigos en casa.

Todo el mundo está triste y sombrío
allá por donde quiera que camine;
Oh negros*, mi corazón está cada vez más cansado,
lejos de los viejos amigos en casa.

Paseaba por los alrededores de la pequeña granja
cuando era joven;
malgastaba aquellos felices días
cantando muchas canciones;
Era feliz
tocando música con mi hermano;
¡Vieja madre, llévame de nuevo a la niñez
y déjame allí vivir y morir¡

¡Un pequeño sombrero entre los arbustos…¡
Todavía irrumpen tristemente los recuerdos
de la única que he amado;
No importa donde vaya…
¿Cuando escucharé el zumbido de las abejas
alrededor de los panales?
¿Cuando escucharé el rasgueo de las cuerdas del banjo
en el porche de mi maravillosa vieja casa?

*El autor utiliza la palabra darkies, literalmente negros. Lo mantengo no sin rechazar cualquier forma de racismo.

A pesar de que buena parte de las canciones de nuestro músico están ambientadas en el sur, Foster nunca estuvo allí, excepción hecha de unos días en su luna de miel. De ahí que haya un error en la nomenclatura del río Suwanee (y no Swanee), quizá por razones de métrica y eufonía, quizá por puro desconocimiento, río cuyo cauce transcurre en su mayor parte por Florida. El narrador es un esclavo que añora los viejos tiempos, aquellos días felices como esclavo (contradicción y cierta condescendencia) y esos pequeños detalles a los que los seres humanos se aferran cuando llegan a la vejez. El protagonista utiliza términos  y expresiones arcaicos y un lenguaje cercano a la jerga (Dere´s wha muy heart is turning ebber, en lugar de There is what  my heart is turning ever) con términos claramente ofensivos como darkies, que he traducido como negros. La sensación de pérdida, la nostalgia está presente a lo largo de toda la canción con una clara contraposición entre dos sentimientos extremos, el idílico ayer (donde el narrador era joven, feliz, tocaba música, lleno de buenos recuerdos…) y el insustancial hoy, dominado por la desorientación (con palabras como vacilante, deambular, triste, cansado, sombrío, recuerdos…)
Observamos una romantización del mundo sureño, enaltecimiento del pasado frente a un presente gris, una pérdida de los “valores” del pasado, el norte frente al sur, el mundo urbanizado  frente al mundo rural y la añoranza de la niñez.
La canción es el himno oficial del estado de Florida desde 1935, aunque, obviamente, la letra se ha cambiado en algunas de sus partes (la letra original es de 1851).

BUENAS NOCHES, MI VIEJO HOGAR DE KENTUCKY

El sol brilla en el viejo hogar de Kentucky,
los negros* son felices este verano;
El maíz germina, las praderas están en flor
mientras los pájaros cantan todo el día.
Los jovenes ruedan por el suelo de las cabañas
contentos todos ellos, felices y radiantes.
En algún momento los tiempos difíciles llamarán a la puerta:
Buenas noches, diremos entonces, mi viejo hogar de Kentucky.

No llores más señora
no llores más por hoy.
Cantaremos una canción al viejo hogar de Kentucky,
al lejano y ausente viejo hogar de Kentucky.

Ya no se caza la zarigüeya y el mapache
en praderas, colinas y orillas de los ríos.
Ya no se canta bajo la trémula luz de luna
en el banco de aquella vieja cabaña.
El día pasa como una sombra en el corazón,
con pena, allí donde antes todo era placer.
Ha llegado el momento en el que los negros* tienen que partir
Buenas noches, diremos entonces, mi viejo hogar de Kentucky.

Donde quiera que los negros* vayan
tendrán que inclinar la cabeza y la espalda.
Unos pocos días más y acabarán todos los problemas
en la plantación donde crece la caña de azúcar.
Unos pocos días más para que la pesada carga
no importe, ya que nunca más habrá luz.
Unos pocos días más para que nos tambaleemos por el camino,
Buenas noches, diremos entonces, mi viejo hogar de Kentucky.

Darkies, * negros: He preferido mantener el sentido y significado original (peyorativo y ofensivo actualmente), rechazando taxativamente cualquier manifestación de racismo.

Se convirtió en el himno oficial del estado de Kentucky en 1928, cambiando obviamente parte de la letra (cuya publicación data de 1853). Inspirada en el libro La cabaña del tío Tom, la pieza está impregnada de la nostalgia y añoranzas tan características en nuestro autor. Aunque escrita en un tono más impersonal, la canción lleva la impronta de los sentimientos de un esclavo afroamericano, su añoranza de las plantaciones, de la naturaleza en su estado puro, de la juventud y finalmente de la muerte como liberación. No obstante, observamos el primer atisbo de crítica y de acendrado realismo: donde quiera que los negros vayan tendrán que inclinar la cabeza y la espalda… y parece decirnos entre líneas: tendrán que sudar, usar sus manos y dedicarse exclusivamente al trabajo manual. Una enorme contradicción porque cuando habla de que los negros tienen que partir, se está refiriendo al negocio de esclavos, a su compra y venta.
Escrita en un tono intimista, sugerente, el autor consigue en unos pocos versos mostrar un fresco bastante completo de la vida rural en la América interior: El maíz, las praderas, los pájaros, la zarigüeya, el mapache, las cabañas, la caña de azúcar, etc., con un contenido referido al ámbito doméstico, con un tono sombrío a partir del primer  estribillo en contraste con el tono optimista de los 8 primeros versos: La eterna dicotomía de Foster entre el maravilloso pasado y el gris presente.

DULCE ANNIE (GENTLE ANNIE)

No volverás más, Dulce Annie
como una flor cuyo espíritu partió;
te has ido como la mayoría
de quienes florecieron en el verano de mi corazón.

Estribillo:
No deberíamos contemplarte nunca más?
No escuchar nunca más tu voz reparadora
cuando llega la primavera, Dulce Annie,
y las flores silvestres aparecen dispersas por los campos

(Estribillo)
Hemos vagado y amado en nuestro refugio
cuando tus sonrosadas mejillas estaban en su esplendor;
Ahora estoy solo en medio de las flores
mientras tus perfumes se entremezclan en tu tumba.

(Estribillo)
Ahh¡ Las horas pasan tristemente mientras medito
cerca del silente lugar donde yaces,
y mi corazón se hunde cuando paseo
junto a los arroyos y praderas por donde nos perdíamos.

(Estribillo)
Escrita por Foster en 1856, Gentle Annie es un monólogo del narrador dirigido hacia una amada fallecida, en un tono suave, intimista y triste. Los recuerdos se agolpan y como de costumbre el pasado es color, brillantez, calidez  y alegría, en contraste con un presente difícil de llevar, en el que las horas pasan tristemente mientras medito. El autor juega con las estaciones, como tantos poetas, y establece un paralelismo entre la primavera y el verano, como periodos de vida, florecimiento y esplendor por un lado y por otro el otoño y el invierno asociados al final de la vida.
Se dice que está compuesta en honor a una joven sobrina muerta una noche de tormenta y que Foster la ofreció como recuerdo y homenaje a la familia.
En general las letras de Foster son un fresco de un triste periodo en la historia de los EEUU, en la tradición de los minstrels: Inicialmente buscó el entretenimiento a costa de los afroamericanos, de sus formas de vida, sus anhelos y la sencillez de sus vidas para posteriormente tener una conciencia política mayor y una posición claramente abolicionista.
Siempre contradictorio y en general elusivo, Foster tiende a idealizar el pasado, los placeres del mundo rural, el mundo del trabajo y la esclavitud en general, en medio del amor y de ideales femeninos imposibles, a caballo entre la trivialización contemporizadora y los sentimientos abolicionistas, en medio de cierta ambivalencia, si bien es cierto que estamos juzgando con una perspectiva actual, más de 150 años después.

Traducciones y comentarios: Rafael Gabás Arcos

STEPHEN COLLINS FOSTER

Stephen Collins Foster

Una de las características consideradas esenciales de la música folclórica es el desconocimiento de su autoría y el sentimiento de pertenencia a toda una comunidad. Para que esto ocurra es necesario que esa comunidad posea un amplio pasado en el que se pierden los orígenes de esa música. Los Estados Unidos de América carecen de ese pasado y en consecuencia de folclore en sentido estricto, exceptuando, obviamente, aquel que trajeron en su equipaje cultural sus emigrantes irlandeses, ingleses, italianos, etc.. Sin embargo hay un puñado de canciones que tienen autor conocido y pertenecen al sentir colectivo del país como si se tratara de auténtico folclore americano. Estas canciones, entre otras, son las de Stephen Collins Foster.

Foster escribió 285 obras, entre canciones, himnos, marchas, obras instrumentales, etc. Todas ellas en diez años, aproximadamente. Muchas de estas obras se han olvidado mientras otras son tan conocidas que forman parte de la denominada tradición musical americana. Todas las piezas de nuestro autor son de estructura muy sencilla: periodos de ocho compases, armonías que no van más allá de tónica-dominante y relativos.  A pesar de la sencillez formal sabemos que la composición de estas obras fue fruto de mucho esfuerzo y correcciones constantes. Foster es autor de las letras, además de las melodías. Necesitó, por ejemplo, todo un verano para terminar la letra y música de My Old Kentucky Home. A veces cambiaba completamente las letras dependiendo de sus variables estados de ánimo.

La familia de Stephen Foster gozaba de cierto acomodo social y económico. En su casa en Pensilvania se cultivaba un ambiente artístico y musical. Sus hermanas tocaban medianamente diversos instrumentos musicales y nos podemos imaginar fácilmente a Stephen, un muchacho inquieto y sensible, participando también de esta afición familiar. Foster no gozó de una buena formación musical académica. Tuvo dos maestros muy diferentes pero que influirían decisivamente en su forma de entender la música: uno fue el dueño de un almacén de música que tenía formación clásica; le enseñó a escribir música y los rudimentos de composición. El otro fue un “entertainer”, un entretenedor, un payaso que se pintaba y cantaba canciones para divertir a su audiencia.

En 1846, a la edad de veinte años, Foster trabajaba de contable en la empresa de su hermano. La crisis financiera de 1830 unida a la afición del padre a la bebida obligó a la familia a cambiar de residencia varias veces, siempre rebajando su estatus social. Todos estos acontecimientos familiares influyeron en el joven Stephen para que sus intereses se decantaran más hacia el mundo de poetas y escritores que al de los negocios. Así que  en el momento en el que una de sus canciones alcanzó notoriedad tomó la determinación de dedicarse profesionalmente a la música. Que alguien se dedique profesionalmente a la música popular no resulta extraño en nuestro tiempo pero Foster no tenía antecedentes: él fue el primer músico profesional de América. Fue un acto realmente de valentía. A veces se dice de él que es el primer cantautor propiamente dicho en la historia de la música.

Un género que Foster apreció y al que dedicó parte de su música es el de los “minstrels”. Es este una especie de teatro musical de variedades típicamente americano. En él, músicos y cantantes blancos representaban episodios de la vida de gentes de color tal y como aparecían a la vista de los blancos: naif, descuidados y amantes de la naturaleza. Para conseguir mejor sus propósitos de agradar a su audiencia a cualquier precio, pintaban sus caras de negro y hacían payasadas en escena. Foster escribió muchas conocidas canciones para el famoso “Christy’s Minstrels”, como Oh, Susana, Camptown Races, Old black Joe, entre otras. Foster rebajó el tono racista, a veces muy fuerte, de otros autores. Paradójicamente aunque la mayoría de estas canciones tratan temas del sur, Foster nunca vivió allí y solamente estuvo en Nueva Orleans en una ocasión, durante su viaje de novios.

The Christy Minstrels fueron también quienes presentaron la canción My old Kentucky home, mi viejo hogar en Kentucky. Probablemente el autor se inspiró en su composicón en la famosa novela “La cabaña del tío Tom” que tuvo tanto éxito en el explosivo ambiente esclavista y antiesclavista de la época. En el borrador, la canción se titulaba “Poor uncle Tom, good night”, Pobre tío Tom, buenas noches. Es una canción especialmente melancólica y se interpretó como propiciadora de corrientes abolicionistas. Describe una escena de la vida diaria de un esclavo en una plantación y alcanzó fama en las representaciones de minstrels. En 1928 fue elegida por las autoridades del estado como canción oficial de Kentucky aunque fue acusada de matices racistas por el único miembro de raza negra de la asamblea. La letra fue revisada para hacerla políticamente aceptable y se cambió la palabra “darkies”, oscuros, negros, por people, “gente”.

En 1861 estalló la guerra civil. Foster no estuvo interesado en la contienda al principio y no fue consciente de que esta guerra albergaba entre sus objetivos la abolición de la esclavitud. Sus canciones románticas dejaron de interesar a la gente y más por necesidad que por convicción comenzó a escribir canciones relacionadas con la guerra que ahora nuestros oídos  acostumbrados a escucharlas en películas de época asocian al patriotismo americano. Así nacieron canciones como When Johny comes marching home, The Battle Hymn of the Republic, Dixie’s land, Glory Glory Aleluya y otras muchas.

Sus ingresos como compositor fueron siempre escasos. Los editores obtenían ganancias editando sus canciones pero éstas no alcanzaban los bolsillos del compositor. La célebre Oh Susana, cuyos derechos de autor en la actualidad generaría pingües beneficios,  reportaron a Foster la suma de 100$ que fue todo lo que el editor consideró que valía la canción. Al final, abandonado de su esposa y sus hijos murió sólo en la habitación de un hotel barato. Tenía 37 años. En sus bolsillos se encontraron unos pocos centavos y un papel en el que había escrito la enigmática frase: “dear friends and gentle hearts”. Podía ser el título de una canción… o una despedida.

La conocida canción Beautiful Dreamer se publicó póstumamente y se dice que fue la última canción compuesta por Foster. Es una serenata que un amante canta a su “bella durmiente” que podría se una muchacha muerta, tema frecuente en este autor, como en las canciones dedicadas a Annie, Laura Lee y Jeanie.

La Orquesta Tutti 2.0 incluirá en el próximo programa una selección de canciones de Stephen Foster, arregladas para cuerdas y coro a tres voces por Miguel A. Beguería, y que interpretará en colaboración con el coro zaragozano «Locus Amoenus».

GEORG MUFFAT 1653 -1704

Miguel A. Beguería

Georg Muffat fue un compositor nacido en Francia, descendiente de padres escoceses, que vivió durante la segunda mitad del siglo XVII. Estudió en París con un maestro admirador del estilo de J. Baptiste Lully de manera que en su juventud Muffat asimiló y adoptó este estilo característico del primer barroco francés. Viajó por Italia y centroeuropa. Residió varios años en Salzsburgo empleado por el arzobispo. También se estableció en Viena y Praga. Murió en Passau trabajando como Kapellmeister del obispo de la ciudad.

Su obra es generosa. Escribió sonatas para varios instrumento, concerti grossi, obras para órgano, tres óperas, etc. Pero las obras que nos interesa comentar en esta entrada son las que reunió en los llamados Florilegium Primum y Florilegium Secundum. Ya el nombre elegido es original y elegante: un florilegio es un bouquet o ramillete de piezas musicales, en este caso, en vez de flores o páginas literarias que es como se acostumbra a usar esta palabra. Cada uno de los florilegios abarca siete Fascículos que contienen sendas suites para orquesta de cuerdas. En total catorce suites.

Los títulos que inventa Muffat para los fascículos, o sea, las suites, y para cada una de las danzas revelan su buena formación humanística, con un buen dominio del latín y el griego, adornado todo ello con una pizca de sentido del humor. Exponemos a continuación los títulos de los fascículos y algunos ejemplos de las danzas. Añadimos la traducción.

FLORILEGIUM PRIMUM

Fasciculus I. Eusebia (la Piedad)

Fasciculus II. Sperantis gaudia (las alegrías del que espera)

Fasciculus III. Gratitudo (la Gratitud)

Fasciculus IV. Impatientia (la Impaciencia)

Fasciculus V. Sollicitudo (la Diligencia)

Fasciculus VI. Blanditiae (la Delicadeza)

Fasciculus VII. Constantia (la Constancia)

 

FLORILEGIUM SECUNDUM

Fasciculus I.  Nobilis juventus (La noble juventud)

(Obertura, Entrée d’ Espagnols, Air pour des Hollandois, Gigue pour des Anglois, Gavotte pour des Italiens, Menuet pour des Francois, Menuet)

Fasciculus II. Laeta poesis (La alegre poesía)

(Ouverture, Les Poëtes, Jeunes Españols, Autre pour les memes, Les cuisiners, Le Hachis, Les marmitons)

Fasciculus III. Illustres primitiae (Ilustres primicias)

Fasciculus IV. Splendidae nuptiae (La boda espléndida)

Fasciculus V. Colligati Montes (Los montes unidos, las cordilleras)

Fasciculus  VI. Numae Ancila (La criada de Numa)

Fasciculus VII. Indissolubilis amititia (La indisoluble amistad)

Evidentemente los títulos tienen poco que ver con las piezas y la música que contienen pero  hay que reconocer que la vertiente poética y culta de los títulos añaden un plus a la obra. El Florilegium Primum reserva todos sus títulos al mundo de las virtudes típicas de la esfera moral del mundo romano más que del cristiano. Ciertamente, las palabras tienen vida y evolucionan por lo que nos es difícil entender el significado de Delicadeza o Constancia en boca de Muffat, seguramente también diferente del de la literatura clásica. En el segundo Florilegio hay evidentes toques de humor. “Laeta poesis” contiene números que no son sin más gigas, menuets o sarabandes, sino que gozan de título principal: los cocineros, la carne trinchada, las cazuelas…) ¿Cómo, si no es por sentido del humor, se pueden entender estas entradas de la música en las cocinas?

La Orquesta Tutti 2.0 incluye en el programa del segundo cuatrimestre del curso actual la suite del Florilegium Primum, Eusebia. Resulta chocante el nombre a menos que lo entendamos en el sentido que el autor de la obra quiso conferirle. Eusebia es palabra griega, compuesta por el prefijo “eu” (bueno) y “sebas” (piadoso), la buena piadosa, o simplemente, la piedad. Todos los nombres que comienzan con el prefijo “eu” son nombres cualitativamente positivos, Eugenio, el bien nacido, Eulogio, el bien hablado, Eutimio, el honorble, etc.

Actualmente el nombre de Eusebia es raro entre las mujeres, pero en la antigüedad era de carácter noble. Eusebia fue nada menos que el nombre de una importante emperatriz romana, allá por la mitad del siglo IV, esposa de Constancio. Sabemos de ella por el discurso del emperador Juliano, famoso por su apostasía del cristianismo en tiempos en los que esta religión iba ganando terreno al paganismo de manera imparable. La emperatriz visitó Roma en dos ocasiones y allí la llamaron “Pietas”, Piedad, o Pía.

La suite Eusebia es elegante y noble en todos sus movimientos o danzas, por otra parte características de las suites de la época. Que yo sepa, sólo hay una grabación de confianza de toda la obra de Muffat y es la realizada por Ars Antiqua Austria, grupo especializado en música barroca que se formó para interpretar y grabar toda la música austriaca de aquella época.

 

ALESSANDRO STRADELLA. Sinfonía Avanti il Barcheggio

Alessandro Stradella

La Orquesta Tutti presenta en su primer programa del actual curso académico la Sinfonía Avanti il Barcheggio para trompeta, cuerdas y continuo de Alessandro Stradella, autor poco conocido del primer barroco italiano. Pero si nos acercamos al personaje descubrimos todo un mundo de sorpresas. Su excepcional biografía ha inspirado tres óperas y una novela biográfica. Cesar Franck y Nierdemeyer, compositores románticos, convirtieron a Stradella en protagonista de sendas óperas a él dedicadas, pero fue Friedrich von Flotow, compositor actualmente casi olvidado pero que alcanzó grandes éxitos a finales del siglo XIX y principios del XX, quien más éxito tuvo con la obra titulada Alessandro Stradella centrada en las peligrosas y románticas aventuras del compositor italiano. El escritor norteamericano F. Marion Crawford escribió una novela, Stradella, centrada en la figura de nuestro compositor. No hay traducción de esta obra al español.

Los pocos datos fiables acerca de su vida se confunden en la nebulosa de la leyenda que la posteridad se ha encargado de edificar. Alessandro Stradella nació en 1639 en Nepi en la región del Lacio, no lejos de Roma, en el seno de una familia noble. La primera noticia como compositor nos lleva a Roma: es un joven que triunfa con una obra musicalmente innovadora; se trata de un oratorio en latín con descripciones, diálogos, partes líricas en un lenguaje claramente expresivo y descriptivo, avance del estilo barroco que en los siguientes años se va a consolidar en Europa. Recibe encargos que se convierten en éxitos; su fama traspasa los límites de la ciudad de Roma.

Por esta época, el joven Alessandro había logrado un buen trabajo de paje de uno de los cardenales más influyentes de la iglesia católica. Se rodea de amigos con tan pocos escrúpulos morales como él y pronto encuentran la ocasión de hacerse ricos fácilmente. Se embarcan en negocios turbios de altos vuelos que fracasan y le obligan a huir de Roma para siempre. También concurren en la huída otras circunstancias que van a ser constantes en la vida del aventurero Alessandro: su carácter enamoradizo y aventurero le lleva constantemente al lado de señoras solteras, casadas, prometidas… y los celos, las venganzas de amantes, maridos, padres, hermanos, se desatan y le persiguen.

Stradella logra salir indemne de Roma y se traslada a Venecia, ciudad que se iba a convertir en su segunda residencia. Allí sigue componiendo por encargo de sus anteriores mecenas y amigos pero se compromete con un trabajo tan interesante como peligroso: ser  el profesor de música de Agnese van Uffele, amante o esposa según distintas fuentes, de Alvise Contarini, uno de los personajes más ricos de la ciudad. Se puede adivinar con facilidad qué es lo que va a ocurrir dados los precedentes. Al zorro le han encargado vigilar el gallinero. Pronto Agnese y Alessandro son amantes y huyen juntos a Turín. El noble les persigue y los amantes se refugian en un monasterio donde no los pueden alcanzar pero Contarini logra del arzobispo la promesa de obligar a los amantes a casarse. Forzados por las circunstancias se casan en el monasterio y cuando salen, Alessandro es atacado por dos asesinos a sueldo que le dejan malherido en el suelo y lo abandonan creyéndole muerto. Los asesinos contratados por Contarini se refugian en casa del embajador francés dando lugar a un serio problema diplomático. Otras fuentes dicen que los asesinos contratados escucharon una de las obras del compositor y conmovidos le perdonaron la vida avisándole del peligro que corría, pero seguramente esta versión pertenece a la leyenda.

Hechas las paces con Contarini y restablecida su salud se traslada a la tercera ciudad, Génova. Viaja sólo. Nada se sabe de su esposa Agnese. Su fama de buen compositor le acompaña a Génova donde continúa escribiendo música, enseñando a cantantes, presentando espectáculos. Compone óperas de éxito como La forza dell’amor paterno o Il Trespolo tutore. Pero fue en esta ciudad donde a los 42 años le llegó el desgraciado final de su vida. Sabemos bien la fecha, el 25 de febrero de 1782. Fue asesinado en la Piazza Bianchi sin que se conozcan bien los motivos que empujaron a contratar a un asesino que cumplió su misión tan eficazmente que nunca se supo quién fue ni cuáles fueron sus contratadores. Entre las causas se barajan, como se puede sospechar, líos de faldas, celos, engaños.

Fue enterrado en Génova con honores de gran personaje.

Cuando oímos hablar de concerti grossi inmediatamente pensamos en Corelli o Haendel, los grandes compositores de esta forma musical en la que el concertino o los grupos de solistas alternan con los tutti, el conjunto orquestal. Pero el inventor de este género musical es precisamente Alessandro Stradella creando el juego de luces y sombras, el contraste de planos sonoros tan característico del barroco. Dicen que fue también el primero en utilizar el crescendo en la orquesta.

Tanto  las denominadas sinfonie como los concerti tienen muy poco que ver con las sinfonías o conciertos clásicos y románticos. Es en el tiempo de Stradella cuando se están utilizando por vez primera estos términos para denominar de manera imprecisa las obras que desde un estado embrionario conducirán a las grandes formas instrumentales del barroco superior. Los titulados Concerti y Sinfonie se refieren a obras instrumentales en las que puede apreciarse contrastes entre tutti y concertino siendo el origen de lo que posteriormente conoceremos como concerto grosso en autores tan relevantes como Corelli o Haendel.

Michael Praetorius explica el origen de la palabra “concerto” derivándola de “concertare”, competir. Podría entenderse como una competición entre solista y tutti. Pero también podría derivarse de «conserere», juntar, participar. Quizás sea más interesante esta segunda etimología que abandona el campo de batalla para instalar a los músicos en amable y controlada conversación.

Las doce Sinfonie de Alessandro Stradella están recogidas en dos colecciones entre las que se encuentra la Sinfonía «Avanti il Barcheggio» para trompeta, dos violines y trombón en el bajo continuo. Todos los títulos de las sinfonie son prolijos en detalles y presentan la composición del conjunto instrumental con el que se interpretan así como del tipo de obra que podemos encontrar desde el punto de vista formal. El título Avanti el Barcheggio, “adelante con la navegación”, puede dar a entender que esta obra se interpretaba para amenizar una reunión de amigos en una barca. Existe también otra obra de Stradella titulada simplemente Il Barcheggio, también para cuerdas trompeta y voces. Avanti il Barcheggio está compuesta por cuatro movimientos que alternan tempi rápidos con otros más lentos. Originalmente es para trompeta, dos violines, trombón y bajo continuo. El primer tiempo, muy breve, se plantea como una introducción en la que el solista y la orquesta se alternan de forma concertante. El segundo tiempo, en ritmo ternario, va desgranando una melodía que se desarrolla en forma dialogada entre violines y trompeta. El tercer tiempo es rápido, muy diferente a los anteriores porque está escrito en riguroso contrapunto a cinco partes. El final, rápido, vuelve al estilo concertante y al ritmo ternario.

Es muy improbable que Corelli no conociera las obras de de Stradella, algunas de ellas tituladas precisamente concerti grossi incipientes. Por eso se piensa que el verdadero creador de este género tan importante del barroco posterior sea nuestro compositor aunque «avant la lettre», si bien el más representativo del género sea Corelli.

Fue autor de numerosas cantatas, óperas y oratorios, casi siempre para orquesta de cuerdas. Destacan San Giovanni Batistta y La Susana.

EL MILAGRO CULTURAL ISLANDÉS (El País, 3/3/13)

Auditorio en Reychiavic

Las noticias que nos llegan de ese remoto país del norte de Europa que es Islandia nunca dejan de sorprendernos. Un país, hasta hace poco, hundido en una profunda crisis, con una deuda que parecía imposible de saldar, de la noche a la mañana, dirigido por políticos con imaginación ha salido de su situación angustiosa con un crecimiento del 3% y una tasa de paro del 5,7%. La imaginación de nuestros políticos no da más que para recortar y recortar, ahorrar y ahorrar para disminuir la deuda pero olvidando que sin inversión no puede haber crecimiento ni disminución del índice de parados.
Islandia ha tenido en la industria del bacalao la mayor fuente de riqueza. Aún sigue siendo así. Pero una ministra de cultura de 37 años, Katrín Jakobsdótir, ha encontrado un segundo filón de riqueza en un terreno que los países del sur tienen en el mayor abandono, seguramente, por desconocimiento. En Islandia se fomenta y protege la creatividad, la cultura y las artes. Dice la ministra que “el dinero que genera la cultura es igual que el que genera toda la industria del aluminio”. El 80% de los jóvenes estudia música; hay bandas de prestigio internacional. El primer atractivo de los jóvenes es la naturaleza, pero poco a poco, ya el 70%, piensa que es la música.
En fin, aquí está el link con el artículo-reportaje completo para quien le interese. A mi, realmente, me dan mucha envidia los países en los que la cultura no es un adorno, ni una distinción de clase, ni la posibilidad de medallas que se cuelgan políticos que luego no van a los conciertos, ni a las exposiciones.

Via­je al mi­la­gro cul­tu­ral is­lan­dés

La música en la literatura

Bueno, con el fin de reactivar contenidos de nuestra página he vuelto a actualizar la
lista de novelas “musicales” que en tiempos ya colgué erigiéndome en crítico musical, por supuesto con permiso de nuestra profe de Lengua y Literatura y de nuestro bibliotecario. Espero que para estas vacaciones, y las que vengan, esta pequeña selección de novelas de temática apropiada, musical claro está, nos permita seguir en la literatura los buenos momentos de nuestros ensayos y conciertos.

José Luis Bartolomé

Música y literatura. W. Harnett
  •         La ópera de Vigàta, de Andrea Camilleri. Ed. Destino, colección Áncora y Delfín

Aunque en las críticas publicadas se dijo que la novela era “hilarante, irreverente y festiva” a mí se me ocurre otro calificativo más gráfico y directo: “descojonante”. Camilleri es un autor siciliano famoso por la serie de novelas policíacas del comisario Montalbano –bautizado así en honor a Manuel Vázquez Montalbán- . Pero esta novela es “histórica” y refleja  las “vicisitudes” que se producen en una pequeña ciudad de Sicilia a finales del siglo XIX con motivo de la inauguración de su teatro de Opera y de la ópera que es “seleccionada” , más bien “impuesta” políticamente con tal motivo, y  que se convierte en el desencadenante de todo lo que acontece y la excusa para trazar una, repito, descojonante historia- “fresco magistral” – donde no falta de nada: intrigas varias, sexo y cuernos, compañías de ópera de provincias, caciquismo político y revolución social y todo ello en la decimonónica Italia profunda… ¡como en España, vamos! pero con la diferencia de que aquí las rivalidades furibundas no son por los equipos de fútbol sino por los compositores musicales y sus óperas. Matiz apreciable por otra parte… El teatro de la ópera arderá el día del polémico y estrafalario estreno pero el cuadro costumbrista descrito alrededor nos entretiene y recrea.

El fondo musical que tendría esta novela está claro: las óperas de Donizzetti y Bellini.

  • Un asesinato musical, de Batya Gur. Ed. Siruela

La trama se desarrolla en el Israel actual, lo que tiene también su punto curioso, aunque la política no esté presente en el libro, al menos directamente. Michael Ohayon es un culto detective que entabla íntima amistad con una chelista perteneciente a una familia de músicos de fama internacional y que toca en una orquesta del país –donde no se interpreta a Wagner, claro está–. Profesionalmente se ve implicado en la investigación de un inesperado caso de doble asesinato que afecta el entorno de su nueva amiga lo que puede “contaminar” su objetividad. Dato curioso: ¿puede una cuerda de violonchello ser un instrumento mortal?. La novela despeja la duda… La trama de los asesinatos tiene que ver con el descubrimiento de la partitura de un antiguo réquiem barroco aunque la novela describe muy bien las interioridades de una gran orquesta y las personalidades – complicadas, para que vamos a engañarnos que ya sabemos cómo somos nosotros –  de los músicos y de la familia de la chelista en especial: todos ellos músicos -¡qué panorama!– aunque, claro, llegar al asesinato por la música… En cuanto al fondo musical lo apropiado sería algo de Vivaldi (tiene que ver con la investigación…) y también Wagner (por provocar).

  • Concierto barroco, de Alejo Carpentier. Alianza Editorial

Un clásico obligatorio. Es una novela corta que se lee en una tarde. Planteamiento surrealista en la imposible reunión que durante unos carnavales de Venecia mantienen el sajón Haendel y el cura “rojo” Vivaldi, – no era cura obrero, sino pelirrojo – con sus alegres discípulas del Ospedale della Pietá.  Fiesta y música. Música y fiesta. Lo más curioso es el lenguaje descriptivo del cubano Carpentier, un lenguaje auténticamente musical, aunque suena más a reggeaton que a barroco. Un experimento literario, una mezcla curiosa: fussion que dirían los modernos, entre lo caribeño, lo teutónico y lo mediterráneo. ¿Y que música puede ser el fondo de esta joya literaria? Evidente, los concerti de Haendel y Vivald!… ¡Anda que no hay para elegir!…

  • Muerte en la Fenice, de Donna Leon. Seix Barral

Una policíaca de categoría. Como todas las novelas de esta brillante autora norteamericana afincada en Italia, la trama ocurre en Venecia y el protagonista, el Comisario Guido Brunetti -bautizado así por un músico italiano del XVIII-, debe investigar una muerte acaecida justo en el descanso de una representación de ópera en La Fenice –el maravilloso teatro de Venecia-. El pobre comisario se enfrenta a directores de orquesta ególatras que chocan contra cantantes no menos orgullosas. Todo muy bien narrado con el detalle psicológico/musical de los protagonistas, la bien dosificada intriga policiaca y el incomparable marco de la ciudad de la laguna como telón de fondo. De fondo musical: ópera al gusto pero tirando a lo italiano “racial”: Verdi, Mascagni, Leoncavallo, Puccini…

  • La partitura, de Felipe Hernández. Ed. Seix Barral

Un poco rara esta novela: dos músicos –un profesor de conservatorio mayor y un joven compositor- hacen un extraño pacto para componer una partitura muy especial. El joven lo pasa fatal con el encargo y le ocurren las mil perrerías. Podría ser una reflexión sobre el acto de la creación de la composición… Pero no sé… ocurren otras cosas raras (por ejemplo unas peleas de perros…). Sexo… el justico: el músico tiene novia pero acaba rompiendo por culpa de la composición. No sé… la verdad es que me resultó un poco desconcertante y si hay eso que llaman “metalenguaje” en la escritura, no lo encontré. Difícil encontrarle un fondo musical: seguro que contemporáneo y seguro que dodecafónico o más allá…

  • Obertura francesa, de Luis Manuel Ruiz. Ed. Anagrama

Esta es más friki todavía que la anterior. Nada más y nada menos que un ensayo científico para crear un clon de J. S. Bach, que resulta que al final se escapa de un sitio que parece el Internado de Antena 3 (¿os acordáis?) y va por ahí tocando jazz. ¡Ah! Y un joven músico que se mete en todo el follón para rescatar al personaje –ya que todo lo que tiene de genio musical le falta de “sustancia” como dirían en el pueblo- . Por supuesto también hay chica… la novia del músico. A escuchar las suites francesas, ¿no?

  • El pianista, de Manuel Vázquez Montalbán. Ed. Planeta

Buena novela en la línea de MVM. La trayectoria paralela de dos músicos amigos, durante sus años de estudio, en los años veinte del siglo idem, en Barcelona y en París, muy bien descritos en sus respectivos ambientes artísticos. La relación personal y artística se convierte en divergente a partir del puesto que cada uno de ellos decide ocupar en los bandos de la guerra civil. Ya os podéis imaginar quien es el que pierde y quien el que gana y cómo ambos llegan, con dispar fortuna, hasta el final de siglo. Escrita con la mezcla de sensibilidad e ironía tan propia de su autor. El fondo musical de la novela lo tengo claro, me evoca Mompou.

  • El enigma Vivaldi, de Peter Harris. Ed. Debolsillo

La típica novela en la que un joven musicólogo que investiga en Venecia -¡otra vez Venecia!- encuentra la pista de una composición de Vivaldi que revelará un secreto que hará cambiar la historia… En fin lo de siempre, en la línea de El Código Da Vinci pero con Vivaldi… – y sin templarios de por medio aunque sí con el Vaticano dando por ahí-. Si el cura rojo levantase la cabeza… ¡si él lo único que hizo fue componer cuatrocientas veces el mismo concierto! Para pasar un ratillo… y de fondo, pues eso, uno o varios de los cuatrocientos…

  • El violín negro, de Maxence Fermine. Ed. Anagrama

¡Otra vez en Venecia! No sé si esto es una guía de novelas musicales o un folleto turístico de la capital del Véneto. Bueno aquí la ciudad no es al menos la protagonista. El protagonista es un luthier. La historia se asemeja a la de la película del violín rojo –¡qué buena película y qué buena música la de la banda de John Corigliano!– con la diferencia de que aquí cambian el barniz porque hay un secreto en la construcción de un violín que el protagonista desvelará. Novela corta, escrita con un estilo intimista… nada de acción y nada de sexo… sólo amor. Y sobre la banda sonora ya la he apuntado.

  • El afinador de pianos, de Daniel Mason. Ed. Salamandra

Es la odisea de un apacible y hogareño afinador de pianos londinense que tendrá que viajar a la Birmania colonial –ahora se llama Myanmar u algo así-  con una extraña encomienda que sólo pudo ocurrírsele a la retorcida y perversa diplomacia británica, el “foreigh office”. Novela romántica, melancólica, sencilla y al mismo tiempo abierta a las aventuras y los horizontes exóticos… Todo con un toque muy “british”. (O sea, todo lo contrario de la reseñada en el número uno). Muy bien escrita, la propia escritura tiene un tempo peculiar  -un swing– que hace disfrutar de su lectura. Lo siento pero aquí no hay cuerdas frotadas, la cosa va de un Stenway que viaja a las selvas del lejano oriente y ya se sabe lo que pasa con los percusionistas… A esta le va un fondo musical british, of course… Elgar, Vaughan Willians, F. Delius, W. Walton.

  • El contrabajo, de Patrick Süskind. Ed. Seix Barral

Una breve pero intensa novela desarrollada como un monólogo de un contrabajista
profesional en una orquesta que, podríamos decir, sintetiza el mundo desde la visión de
un contrabajo. Tiene reflexiones inolvidables. Empieza ponderando la importancia del
algunas veces olvidado contrabajo…”Sin embargo, forma toda la estructura básica
orquestal sobre la que debe apoyarse el resto de la orquesta, director incluido. El bajo
bien a ser, por consiguiente, los cimientos sobre los que se levanta todo este magnífico
edificio. Prescinda del bajo y reinará la más absoluta confusión babilónica de lenguas,
una Sodoma donde nadie sabe ya por qué hace música”. La reivindicación del
contrabajo choca con la realidad de su papel irrelevante en el mundillo musical. Al igual
que en la sociedad, quienes hacen el trabajo sucio y necesario son relegados y en la
orquesta es peor que en la sociedad porque en la sociedad el contrabajista tendría, al
menos teóricamente “la esperanza de ir progresando en el orden jerárquico y alcanzar
algún día la cumbre de la pirámide… en cambio en la orquesta no hay ninguna
esperanza. Aquí gobierna la terrible jerarquía del poder, la espantosa jerarquía de la
decisión ya tomada, la tremenda jerarquía del talento, la inflexible jerarquía física,
impuesta por la naturaleza de las vibraciones y los tonos, ¡ no ingrese jamás en una
orquesta….!” La verdad es que todo el breve relato es una interesante reflexión
metafórica sobre lo que es y representa el contrabajo en la música y en la vida. La
escritura de Süskind es concisa y fresca. Se pasa un muy buen rato en su lectura.
El acompañamiento de la lectura viene sugerido en el propio libro, parece que el
Concierto en Mi mayor para Contrabajo y orquesta de Karl Ditters o Dittersdorf es una
de las cumbres escritas para el instrumento….pues a ello.

  • Una música constante, de Vikram Seth. Ed. Anagrama

Un pedazo de novelón. Para mi gusto, magnífica. Por fin, la pareja protagonista son los dos músicos. Ella, Julia, pianista. Él, Michael, violinista. La actual ciudad de Londres, muy bien descrita, como telón de fondo del argumento. Perfectamente reflejadas las vivencias de un cuarteto  de cuerda  del que él forma parte, las relaciones personales entre los músicos y el ambiente que los rodea. La evocación también de Viena y Venecia como lugares donde se desarrolló la relación de la pareja durante su época estudiantil y sus escapadas románticas. Representantes y managers, luthiers, críticos, compositores, seguidores, alumnos y alumnas (o alumnado para ser genéricamente neutro y políticamente correcto) van formando un coro de personajes perfectamente engarzados con los protagonistas y la trama que van formando sus encuentros y desencuentros. Una novela extensa donde hay de todo, y muy bien contado, pero sobre todo hay música: Schubert, El arte de la fuga de Bach, los cuartetos de Beethoven, los quintetos de Brahms… así que a acompañarla con música de cámara de la buena.

  • El malogrado, de Thomas Bernhard. Ed. Alfaguara

Bernhard es uno de los escritores malditos y al mismo tiempo más importantes de la literatura en lengua alemana contemporánea. Escritura experimental de un gran autor que se centra en el conflicto existencial de un genial pianista y la opresión que para su carácter y sensibilidad supone enfrentarse a la música y la sociedad vienesas –convencionales ambas-. Tres pianistas, uno de ellos nada más y nada menos que Glenn Gould estudian en el Mozarteum de Salzburgo con Horowitz (¡ahí es ná!). Con el arranque de esta situación ficticia el autor va desarrollando una reflexión-monólogo –todo el libro es así- de uno de ellos sobre la vida y la música. Un poco de paciencia sí que hace falta para terminarlo. No hay capítulos, por no haber no hay ni un sólo punto y aparte… En fín, densa, experimental y existencialmente musical. A oírla con piano y sólo piano.

  • Mozart de viaje a Praga, de Eduard Mórike. Ellago Ediciones

Mórike es un importante escritor romántico. Esta brevísima novela data de 1856 y es una interesante forma de aproximación psicológica a Mozart desde la visión historicista, pero romántica, de los escritores siglo XIX. Narra el descanso del compositor y su séquito en el castillo del narrador con motivo del viaje que hacían a Praga para el estreno de Don Giovanni. Una pequeña joya, curiosa y al mismo tiempo brillante, y que se lee en un voleo.

  • El pianista del guetto de Varsovia, de Wladyslaw Szpilman. Amaranto Editores

Aunque hayáis visto la película con el exnovio de Elsa Pataky de prota el libro es tremendo. No leer si se está depre… Lo más fuerte es que está escrito por el mismo pianista protagonista, que pudo rehacer su vida como concertista y director musical de Radio Varsovia desde 1945 a 1963 y que ya lo publicó en Polonia en 1946 aunque sólo se hizo famoso con su reciente traducción, viniendo a continuación el éxito, la peli y todo lo demás. Sucede durante la segunda guerra mundial y narra la resistencia-supervivencia sobrecogedora del pobre pianista en la ocupada Varsovia nazi hasta el momento de la liberación de la ciudad por el ejército soviético. Muy fuerte… En cuanto al fondo musical, pues si estamos en Polonia y con un piano…

  • La décima sinfonía, de Joseph Gellinek. Ed. Debolsillo

Parece que el tal Gellinek es el seudónimo de un crítico musical. Y se nota. La intriga está muy bien planteada en torno a la búsqueda de la partitura de lo que pudo ser la décima sinfonía del gran Beethoven. Está ambientada en la España actual por lo que aparecen famosos y famosillos, periodistas, políticos, jueces… lo que es nuestra formación social en pleno desarrollo corrupto. Sin embargo hay muchos y ocurrentes  “guiños” musicales a lo largo de la narración que se agradecen e ilustran la por otra parte conseguidísima trama policial. Se nota que el autor sabe de qué va la materia musical y la misma va envolviendo a los personajes apoyando y justificando la trama. Atrapa en su lectura. Atrapa mucho y el final… totalmente inesperado. A escuchar las sinfonías de Beethoven toca.

  • El violín del diablo, de Joseph Gellinek. Ed. Plaza y Janés

En la línea de la anterior. El mismo autor y tampoco defrauda. Atrapa con su bien trabada intriga. La verdad es que es un buen pasatiempo para unos días de vacaciones… Aquí el prota, el objeto del delito que desencadena una complicada acción es un Stradivarius ¿o es un Guarnieri?. Bueno, un ejemplar que vale mucha pasta y además conduce, inexorablemente, a la muerte a quien lo toca… Asesinada la actual violinista propietaria en pleno Auditorio Nacional, la mitad de los miembros de la orquesta se convierten en sospechosos… y ahí empiezan las pesquisas que se remontan hasta la vida atormentada de Niccolo Paganini y del pacto que, sostenían, mantenía con el diablo para poder tocar con el virtuosismo que lo hacía. Trama interesante con varias anécdotas musicales coherentes con la historia y curiosas. Excelente ocasión para repasar los grandes conciertos de violín del siglo XIX y XX empezando por los de Paganini, claro.

  • Sabor a chocolate, de José Carlos Carmona. Ed. Punto de lectura

Un pequeño libro que se lee en una sentada y que narra brevemente una historia de amor que discurre desde el año 1922 hasta el 2001 entre un artesano del chocolate y una violonchelista, hija de un director de orquesta, hermana de pianista, amiga de cantante, tía de violinista… Vamos, que toda la familia política del protagonista, el pobre chocolatero, está metida a fondo en el mundo musical lo que seguramente explique el despiste que envuelve al mismo en su trato con todos ellos y las curiosas experiencias en las que, bien a su pesar, interviene. (¡Pero alma cándida, a quien se le ocurre mezclarse con músicos sin serlo!). La acción de la novela va discurriendo entre Suiza y los Estados Unidos y abarca un siglo convulso –el siglo XX naturalmente– que sirve como marco en el que desenvolver una trama de sentimientos y relaciones humanas que están condicionados o filtrados, siempre, a través de la presencia de la música. Fina psicología… y como música de fondo un buen concierto de violonchello y orquesta (Dvorak, Elgar…)

  • Sabor a canela, de José Carlos Carmona. Ed. Planeta

Del estilo anterior aunque aquí la protagonista de la novela (femenina) sí que es una violonchelista con aspiraciones a directora de orquesta a la que una accidentada peripecia vital –en la que no faltan episodios/dramones lacrimógenos dignos del serial más dramático- le provoca alternar momentos de encuentros y desencuentros con la música. Un poco más extenso que el anterior es también candidato a poder ser leído de una sola tirada en una tarde donde no haya otra perspectiva mejor que practicar. Sin embargo y a diferencia por ejemplo de Gellinek el autor no muestra excesivos conocimientos prácticos musicales. Aquí la música es el telón de fondo de las experiencias vitales de los protagonistas narradas con sencillez y con un pelín -a mi entender– de sensiblería. Por supuesto, me niego a caer en el topicazo de decir que es literatura femenina… podemos seguir con el mismo fondo musical…

  • El tercer concierto, de José Luis Rodríguez García. Ed. Eclipsados

Aquí tenemos un autor familiar, Catedrático de Historia de la Filosofia en la Uni de Zaragoza. La verdad es que yo no sabía de él desde los tiempos de los mítines revolucionarios. Y sí, se desenvuelve tan bien con la novela histórica como lo hacía con el materialismo histórico, y en ambos casos con un toque de experimentación y heterodoxia. El hilo de la novela es la narración de los últimos días de Chopin en su piso de plaza Vandôme de Paris. En la agonía de su enfermedad repasa sus recuerdos… -los acontecimientos más significativos de su biografía- y por su casa van desfilando también los personajes de su vida, que son también los de la Historia de la Europa del XIX. Y no, a pesar del título, no es que exista un tercer concierto para piano póstumo cuyo descubrimiento de pie a una complicada trama policial… No, esta vez la novela va de cosa introspectiva, del repaso existencial de quien se ve ante el acorde final después de una larguísima cadencia;  aunque aviso que la estructura narrativa y el lenguaje empleados exigen poner atención… Obvio que hay que escuchar los conciertos para piano de Chopin (por cierto, hay una versión en Youtube del segundo por una orquesta de cuerda de Zaragoza que no esta mal… la Tutti, creo que se llama)

  • Un invierno en Mallorca, de George Sand. Varias editoriales

Y hablando de Chopin he aquí la narración de su estancia en Mallorca, concretamente en Valldemosa, durante el invierno 1838-1839 contada en primera persona por la que era su “acompañante”, la escritora George Sand. Podemos comprobar que el tópico que tienen en Europa sobre España: “Qué bonita sería España sin los españoles” tenía ya depuradas y finas expresiones literarias a mediados del siglo XIX y es que junto a las bellas descripciones del paisaje, la naturaleza y los monumentos de la isla se acompaña también la cruda narración del fenotipo torvo y la actitud nada edificante de los isleños… ¡Pero cuántas putadas les hicieron a esa pareja de “extranjeros” y “artistas” que además vivían juntos sin haberse casado! En fin, que hasta en Uganda les hubieran tratado mejor… Retrato veraz de la España profunda sufrida por el propio Chopin, que se volvería a la tumba al ver ahora el partido crematístico que los descendientes de aquellos talibanes le sacan a su estancia en la isla… Y a oírse los Preludios y los Estudios completos.

  • El violinista de Praga, de Michael Crane. Ed. Debolsillo

 Mozart ya ha llegado a Praga, o sea que pillamos la época a continuación de la novela de Mórike, con la diferencia de que aquella era buena literatura y esta es… evasión (vamos a dejarlo ahí). Otra que va de asesinatos en masa durante la estancia de Mozart en Praga en el otoño de 1787 –qué poco de vida le quedaba al pobre…– con motivo del estreno de Don Giovanni. Intrigas por doquier en un coctail de asesinatos, sectas, conspiraciones políticas… y el bueno de Wolfi por allí en medio haciendo el canelo como si la cosa no fuera con él. (inciso: ¡Cuánto daño ha hecho la película Amadeus en la visión caricaturizada y frívola que ahora tenemos de Mozart! Alguien que compone ese Réquiem o ese Adagio y Fuga en Do menor que en su día interpretamos, ¿os acordáis?, no podía ser tal “sinsustancia” por mucho que Hollywood se empeñe…)  Y sí, compañeros/as, lamento descifraros el final pero el asesino… ¡era un violinista! (¡Qué apañadicos que somos… es que sabemos hacer de todo y como decía aquella: “Yo por mi violín : ma-to!”). Buena ocasión para repasar los conciertos de violín de Wolfi.

  • Púrpura profundo, de Mayra Montero. Ed. Tusquets, colección La sonrisa vertical

 Ya tocaba –en el sentido ordinal del verbo– una novela erótica pura y dura –en el sentido de auténtica. ¿O es que los músicos –género neutro- no tenemos “sentimientos”?.  En este caso asistimos a las memorias de un crítico musical que más que preocuparse por las formas musicales se preocupó durante su dilatada carrera de las formas de los/las ejecutantes. Vamos que más que las oberturas le iban las aberturas.  Y así desfilan las conquistas musicales del ínclito pichabrava: una violinista caribeña,  un pianista ( el crítico le daba a todo y no distinguía “cuerdas” ) , una trompista, una celestista y, para terminar, otra violinista ( parece que las violinistas son más fáciles…). Vamos un sinvivir de acrobacias instrumentales -arco arriba, arco abajo…-, calores y sensaciones sonoras, timbres y texturas musicales varias, narradas todas ellas con extenso lujo de detalles y adornos (ya sabéis: a”poya”turas, mordentes a destiempo, sforzandos, cadencias libres…..) en un tono muy Mayor con varios rombos, digo sostenidos. Y sobre el fondo musical, no sé… ¿sexofón?… digo ¿saxofón?

  • Novecento, la leyenda del pianista en el océano, de Alessandro Baricco. Ed. Anagrama

Al principio fue un monólogo teatral, que luego fue llevado al cine por Giusseppe Tornatore con música de nuestro admirado compañero Morricone, y que el mismo autor acabó convirtiendo en una novela corta. A pesar del título no tiene relación con la famosa película del compañero Bertolucci y la no menos famosa música también de Morricone. (Oh tempora, oh mores…  obreros y campesinos unidos en la lucha final…). En esta novela, Novecento es el nombre del pianista del trasatlántico Virginia que a principios del siglo XX hacía el trayecto entre Europa y New York. Vive sólo, por y para la música, que toca en solitario o en compañía de la orquesta del barco. Sin música y sin barco no es persona y ahí está la narración de su vida. Está bien, es breve y se lee también en un ratico. Baricco es un novelista italiano bastante conocido (Seda) y que también ejerce de crítico musical (y aunque esto vaya de novelas os recomiendo, de paso, su provocador y lúcido ensayo El espíritu de Hegel y las vacas de Wisconsin, una reflexión sobre la música culta y la modernidad). Piano, por supuesto, a poder ser Gershwin.

  • El recreo de los perdidos, de Israel David Martinez. Ed. Lulu

Tengo que advertir que como el autor es amigo, mi reseña es muy personal aunque siempre es una ventaja conocer al artista. Compositor y profesor que ha sido en varios Conservatorios –ahora en el del Liceu-, el cachondo de Israel –que vive desde hace años en Jaca- se ha descarado con una novela tipo coral donde un rebaño de personajes en el Londres actual van tejiendo vivencias (y más de una extravagancia) alrededor del estreno de un cuarteto de cuerda compuesto por el protagonista central de la novela. Las reflexiones sobre la composición, la presentación pública de la misma, el papel que juegan en este mundo los propios compositores, los músicos ejecutantes, los directores (“los cachondos del palito”)… es la parte seria de la novela (y no cabe duda que se trasluce en ella la propia experiencia y el conocimiento de primera mano del ambiente descrito que tiene el autor). La caracterización estrambótica y las aventuras delirantes de los disparatados personajes que van apareciendo no es menos interesante y ayuda a leer la novela con una permanente hilaridad. Para más información la página del artista, que incluye sus composiciones: www.israeldavidmartinez.com. Mi sugerencia de fondo musical va a chocar un poco, pero, no sé por qué, pondría los cuartetos de Bartok… ahí lo dejo.

  • Las joyas del paraíso, de Donna Leon. Seix Barral

La creadora de las historias policiacas del comisario Brunetti (ver la anterior reseña de “Muerte en La Fenice”) abandona la saga negra para narrar la investigación musicológica que emprende la protagonista –una fina musicóloga- en torno a unos baúles con documentación del músico Agostino Steffani (finales del XVII y principios del XVIII). Steffani fue un músico real y los datos de su biografía jalonan las pesquisas sobre su legado de la joven investigadora. La acción transcurre, como no, en Venecia; paisaje y paisanaje que Donna Leon conoce y describe a la perfección y que produce que cada vez que acabas una novela suya ardas en deseos de visitar la ciudad y perderte por sus piazze, calli y viccoli, aunque rehuyas el contacto con la “formación social”, un tanto ruin, que con tanta precisión describe  Al final el legado del músico, sobre el que se cruzan ambiciones varias, tenía una sorpresa- moraleja… En la contraportada de la edición se lee “una trama magistral, como la mejor aria, la partitura perfecta, aquella en la que cada nota, cada protagonista, esconde su propio secreto”. Pues eso a leerla con barroco.

  • La camarera de Bach, de Antonio Gómez Rufo. Ed. Planeta

La protagonista es una jovencita que entra a servir en la casa de J. S. Bach justo el año de su muerte, 1750. El capítulo I narra la convivencia entre el compositor, la criada protagonista y el resto de la familia que, a decir verdad no sale muy bien parada. Al viejo Bach hasta le da tiempo también de hacerle una criaturita a la camarera, vástago putativo a sumar por tanto a los veinte hijos que ya tuvo el Bach real. A partir de la muerte del músico ocasionada por una desafortunada intervención ocular, los otros nueve capítulos se dedican íntegramente a la vida de la criada por lo que, en realidad, la tal camarera podría haberlo sido perfectamente de Kant, de Voltaire o de Haendel sin que la novela hubiera cambiado un ápice. Sí que pasa que uno de los hijos de Dios –del de verdad– Johann Christoph Friedrich, que también fue músico pero no tan importante como Karl Philipp Emmanuel o Johann Christian, aparezca regularmente con cierto protagonismo alrededor de la criada –que acaba siendo una gran, y revolucionaria, dama-,  pero poco más de “música” se extrae del texto. Novela con pretensiones historicistas que sin embargo comete imperdonables errores en las escasas referencias a la música que contiene, como, por ejemplo, que los protagonistas se refieran a las obras de Johann Sebastián con su número de catálogo BWV (¡que es de 1950!) o con sobrenombres de las obras otorgados muy posteriormente. Aunque el mayor pufo es que la protagonista y su esposo acudan en 1757 a la ópera de Viena nada menos que a ¡escuchar una ópera de Verdi! Eso sin contar con otras pifias históricas como colocar a la protagonista paseando por los grandes boulevares de Paris cuando faltaban todavía cien años para que Haussmann los urbanizase… En fin, está claro que entre los amigos del autor que pudieron leer el manuscrito no había ningún músico que lo revisase. Más que leerla oyendo la música de Dios, lo propio es escuchar la de sus hijos, cualquiera.

  • Los tres violines de Ruven Preuk, de Svenja Leiber. Ed. Malpaso

El protagonista es un violinista que gracias al violín logra salir/escapar del agobiante ambiente rural de la Alemania profunda de principios del siglo XX pero que tiene que unir inevitable y fatalmente su destino al de su país. La música puede liberar… pero no de todo ni de todos, ¡que más quisiéramos los músicos! Y es que cuando la obra musical acaba la realidad sigue ahí –¡y menuda realidad!-; ese es el problema para el pobre Ruven, el protagonista. Los tres violines del título son los que el músico tiene, y conserva, a lo largo de toda su carrera. Cada uno de ellos está relacionado con una mujer por lo que la vida del músico se asocia a esos tres violines y los respectivos amores y vivencias que los acompañan. El estilo narrativo engancha porque no se pierde en vericuetos ni adornos, es preciso y acertado, lacónica y rigurosamente prusiano como la realidad social y artística que tan bien describe. El concierto para violín y orquesta de Alban Berg, “A la memoria de un ángel”, encaja con el libro.

  • El viaje a pie de Johann Sebastián, de Carlos Pardo. Ed. Periferica

La estructura de la novela es desconcertante. Bueno, en realidad son dos novelas. La descripción de la decadencia de una familia del Madrid de hoy, bastante desestructurada, por no decir excéntrica de raso, envuelve en el sentido literal otra pequeña novela que narra el viaje a pie que hizo el joven Johann Sebastian Bach, siendo ya organista y maestro de capilla en Arnstadt, su primer “destino”, a Lübeck para conocer al maestro Buxtehude. ¿Tiene algo que ver una cosa con otra? Pues no. Yo creo que el autor tenía preparadas los dos relatos y cómo sólo le publicaban un libro hizo una yuxtaposición. En realidad el viaje de Bach no aparece hasta la página 105 pero prescindiendo del resto de la novela es una pequeña joya. Contiene una lograda recreación del viaje iniciático del joven músico por la extensa Alemania, que no era tal entonces por supuesto, hasta llegar y permanecer una temporada en casa del gran maestro Buxtehude. Omite la repetida anécdota de que el viejo transmitía su codiciado cargo musical a quien casara con su hija, que no debía ir sobrada de encantos, y describe con credibilidad las inquietudes personales y musicales del joven Bach. Música de los primeros años de Bach, y mejor de órgano.

  • Sangre o amor, de Donna León. Ed. Seix Barral

Otra vez Donna Leon, que no deja de ser una de las autoras más leídas internacionalmente, y que como reconocida melómana que es vuelve a recuperar, varios años después, a parte de los protagonistas de la “Muerte en la Fenice” (ya comentada antes); en concreto, a la soprano protagonista “acosada” en esta ocasión por una desequilibrada admiradora que quiere llegar muy lejos… Aunque también esta vez el commissario Brunetti –el nombre, cómo no, es de un músico italiano del XVIII- lo podrá evitar interviniendo en la escena final a tempo y sobre el mismo escenario del templo operístico. Toda la acción de la novela transcurre entre las bambalinas de las representaciones de la ópera Tosca en el Teatro de la Fenice de Venecia, así que uno mientras lee entretenidamente y se sumerge en la conseguida trama policial va recordando, inevitablemente, la banda sonora de la impactante orquestación pucciniana.

  • Sonata a Kreutzer, de Leon Tolstói. Ed. Acantilado

El tremendismo ruso en general, y el de Tolstói en particular, se reflejan en esta pequeña novela que retrata un crimen pasional donde la música –y en concreto la sonata beethoveniana que todos hemos estudiado y que da título a la novela-  actúa como desencadenante de la tragedia. Es un intenso relato donde el protagonista, con unos argumentos que hoy en día nos parecen francamente delirantes o aborrecibles, describe y justifica el asesinato de su esposa, que como buena dama de la clase alta rusa, era pianista. Parece que Tolstoi lleva al extremo violento los valores burgueses de la clase dominante en su época para dejar evidente su pobreza moral y su hipocresía social, y desde luego lo hace con toda crudeza descriptiva. Quizá lo de menos sea la aparición del presunto amante de la esposa aunque su descripción sea de nota: “Era un mal tipejo… Sí señor mío, era músico, violinista; no un músico profesional, sino semiprofesional, una persona medio pública”. (Por favor, por favor, que nadie se sienta aludido…). Lo cierto es que el bestia del marido, engañado por la comunión “espiritual” que la música propicia entre su esposa y ese “tipejo” violinista, no puede reaccionar sino a la tremenda. No está mal la explicación de la contraportada en la edición comentada: «la música actúa como el cuchillo del asesino: ambos rasgan el velo de las apariencias, abriendo una grieta por la que irrumpen potencias imposibles de controlar”. Para contener el aliento y pensarse dos veces lo de hacer música de cámara con la mujer del prójimo… (sobre todo si eres un “tipejo violinista semiprofesional”…)

  • El ruido del tiempo, de Julian Barnes. Ed. Anagrama

¿Os imagináis una novela en que Bach apareciese como un cobarde pusilánime, superado por la opresión de su entorno, obligado a componer música religiosa que en el fondo detestaba? ¿Disparatada hipótesis? pues esa es, trasladada de personaje y entorno, la esencia de este libro. Claro que si el músico es Shostakovich y su entorno la Unión Soviética entonces se perdona cualquier licencia o manipulación por disparatada que sea… ¡pero la guerra fría ya terminó compañero y hasta tu paisano James Bond ha cambiado de malos malísimos! Y es que, siguiendo con el ejemplo, igual que no hace falta ser un beato pietista para reconocer la genialidad de Bach no se necesita ser stalinista para reconocer la genialidad de Shostakovich… pero ni aun así. El reconocido novelista británico reinventa la vida del músico soviético desde algunos episodios aislados que se difundieron ampliamente tras su muerte en 1975, como parte de la propaganda política occidental, a partir de una “autobiografía” que un tal Volkov publicó en Londres en 1978 retratando a un Shostakovich “disidente”; y aunque luego la propia familia y amigos del compositor desmintieran lo publicado y asegurasen que el tal Volkov no había estado con Shostakovich ni diez minutos en toda su vida, el bulo ya estaba lanzado, el pseudo-personaje construido y, adaptado al canon cultural capitalista, habitaba entre nosotros. Lo que musicalmente era innegable: la primacía de un músico comunista, Shostakovich, en el panorama artístico del siglo XX se convertía así en “políticamente correcto”. Así, despojándole de su esencia comunista, podía pasar a ser parte de “los nuestros” y en eso continuamos: inventándonos un Bach ateo. Por supuesto, la novela no profundiza en la extensa obra musical de Dimitri, aunque tiene perlas como que la quinta sinfonía la acabó con un acorde en Do mayor “como burla al régimen…» (sic.). Episodios como la composición y estreno durante el cerco de Leningrado en la SGM de la sinfonía homónima, su más impactante experiencia vital, no merecen atención, ni todo el resto de sus composiciones para películas y ballets, producción sinfónica, camerística, operística –con excepción de Lady Macbeth cuya famosa crítica negativa en Pravda, similar por otra parte a la que dispensó a la obra nuestra prensa “occidental” que lo llamó el “principal compositor de música pornográfica de la historia”, dato omitido en la novela, se eleva a ejemplo de la represión brutal que habría sufrido el compositor-. Tampoco se menciona el importante dato vital de que llegó a ser Presidente de la unión de compositores y diputado en el Soviet de Rusia y en el Soviet Supremo de la URSS; lo que demostraría lo “reprimido” que estuvo.

Según el autor nada de lo que nos legó Shostakovich es sincero y auténtico. En el fondo detestaba lo que hacía, así que hay que suponer que cuando componía esos monumentos sinfónicos que dedicaba a la revolución de octubre o al 1 de mayo, lo que “en realidad” –en el “subtexto” que dirían los modernos- hacía era ensalzar la “economía de mercado” y la “flexibilidad laboral”, por poner dos ejemplos locos…Musicalmente la novela no aporta nada interesante, se nota que Barnes no posee conocimientos musicales, y el retrato del compositor es totalmente tendencioso. Junto a un Prokofiev a quien el autor se permite despachar directamente como “idiota” (¡!), Shostakovich aparece como un pobre hombre cobarde, que no tuvo el valor para provocar que lo hubieran reprimido de verdad, deseo al que hubiera aspirado el novelista para poder construir el personaje que quiere… pero las cosas fueron como fueron… y sí: Bach fue luterano, y sí: Shostakovich fue comunista.

Y como la obra de Shostakovich es tan extensa… podemos elegir cualquiera: las majestuosas sinfonías, los intrincados cuartetos o las populares temas de películas…

  • Música de la Memoria, de Xabier Guell. Ed. Galaxia Gutenberg

Xabier Guell es director de orquesta y la Música de la memoria es una novela formada por un conjunto de semblanzas que como si fueran confesiones autobiográficas van narrando en primera persona los propios protagonistas: Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler. Los grandes entre los grandes del siglo XIX, los exponentes del romanticismo alemán y de los cambios que preludian el posterior y convulsionado siglo XX. Pero los testimonios que el novelista recrea sobre la vida y la creación parten de acontecimientos de la vida de los compositores, en parte reales y en parte ficción, muy personales e íntimos. Episodios trascendentales en su vida que se reflejan en la obra y que son de todo tipo: amorosos, estéticos, sociales… Circunstancias que se contrastan con obras concretas que son analizadas con el detalle y la calidad que sólo un músico de la talla de Guell es capaz de plasmar. La novela, o para mejor describir el libro, el conjunto de relatos, en algunos momentos, parece un estupendo y entretenido tratado de estética y de análisis musical. En realidad es una mezcla de novela, ensayo y biografía pero la conexión que el autor tiende entre las obras concretas que analiza y la ficcionada vivencia personal del compositor ayudan a darle ese conseguido toque literario. La lectura perfecta sería la que combinase la audición de las obras comentadas con el relato que se va haciendo de las mismas.

  • Los prisioneros del paraíso, de Xabier Guell. Ed. Galaxia Gutenberg

Nuevamente el músico/novelista Xabier Guell que en esta ocasión aprovecha una historia real y bien documentada para tejer una novela “sobrecogedora”. El cruel destino de los mejores compositores checoslovacos del primer tramo del siglo XX: Hans Krasa, Viktor Ullmann, Pavel Haas y Gideon Klein, vanguardia artística de la época y que fueron gaseados por los nazis en Auschwitz. Pero antes de su asesinato pasaron una temporada en el campo de concentración de Terezín, donde el régimen nazi se permitió el cinismo, con la colaboración de la Cruz Roja internacional, de crear un ghetto “amable” ante el mundo donde los artistas recluidos, judíos y comunistas, pudieran desarrollar sus cualidades musicales. Incluso estrenado óperas propias o montando el réquiem de Verdi, qué ironía… La descripción de la crueldad salvaje del exterminio nazi y de cómo el ser humano puede transitar por esos territorios de maldad absoluta, han sido ya descritos en la literatura aunque siguen sobrecogiendo y no está nada mal recordarlos de vez en cuando. Pero en esta ocasión la cuestión es si la música puede ayudar a sobreponerse a esa crueldad ¿puede hacerse música en medio del horror? ¿Puede ayudar a mantener un último reducto de dignidad frente a la barbarie?. La rota historia de amor de uno de los músicos, Hans Krasa, con una gerifalte nazi –auténtica desertora de clase, que sin embargo es la única que se salva al final– completa la descarnada descripción del hundimiento de toda esperanza artística y humana. La narrativa de Guell tiene algo de sinfónico y aunque la historia que nos narra puede estremecernos los recursos narrativos que emplea no son tremendistas; más bien el ritmo del relato y las imágenes que va evocando tienen la armonía de una partitura orquestal. La novela requiere concentración… y respeto. Hay que encontrar obras de los propios protagonistas -algo hay en you tuve- para ponerle banda sonora a la narración.

  • Ravel, de Jean Echenoz. Ed. Anagrama

Novela corta que recrea los últimos diez años de vida de Maurice Ravel, con especial detenimiento en su viaje a Estados Unidos, (aunque también aparece su viaje a España, con parada y noche en Zaragoza….). A diferencia de la comentada de Barnes sobre Shostakovich aquí el autor no despliega ningún prejuicio ideológico. Con una prosa concisa y limpia se nos va desvelando el personaje del compositor vasco-francés, su retrato psicológico – con sus “manías” y debilidades también – y el del entorno de eclosión creativa del primer tercio del siglo veinte. La aproximación a las obras musicales no es muy profunda, a diferencia por ejemplo de lo comentado en las novelas de Guell, Echenoz es un brillante escritor pero no es un músico, pero si se nota que se ha documentado y aconsejado para colocar y comentar formalmente las obras musicales de Ravel en el contexto vital y psicológico que describe. Claro, yendo de Ravel ¿qué vamos a oír?

  • Al piano, de Jean Echenoz. Anagrama

Otra vez la prosa concisa y limpia de Echenoz. Frases cortas, descripciones breves pero precisas. En esta ocasión el protagonista de la pequeña novela es un pianista con dependencia alcohólica. Está claro que con esas dos ocupaciones su vida es un tanto problemática… La primera parte de la novela va narrando esa vida “especial” en donde tampoco se despliega un análisis musical de obras o estilos, sino que va más al retrato psicológico y a las peripecias vitales del protagonista deteniéndose, sobre todo, en el momento crítico de su salida a los escenarios cuando toca ofrecer un concierto… ( ¡Que nos van a contar de ese momento!, ¿verdad ? Esos instantes previos de nervios y euforia contenida pero también de miedo y dudas…). La segunda parte de la novela es la que descoloca bastante y no voy a avanzar nada más porque es un giro narrativo tan inesperado y desconcertante que, la verdad, no sé que opinar… el piano que suena aquí hasta podría ser jazz…

  • Vigilancia y El Silencio en “La mesa limón”, de Julian Barnes. Ed. Anagama

La mesa limón es un conjunto de relatos en el que Vigilancia y El Silencio introducen la temática musical desde dos perspectivas muy diferentes. Es un libro muy anterior al Ruido del tiempo y hay que reconocer la calidad literaria de Barnes para describir con elegancia e inteligencia el transcurso del tiempo (ya sabéis el viejo dicho: Todas las horas hieren y sólo la última mata…) a partir de personajes y situaciones cotidianas que se convierten en anecdóticas si se las compara con la última y definitiva presencia de la muerte.

En el relato titulado Vigilancia un melómano asiduo a los conciertos emprende una implacable campaña de acoso contra todos aquellos molestos asistentes acostumbrados a interrumpir la audición con toses, de todo grado y escala, sonidos digitales de relojes y teléfonos, comentarios, cuchicheos  y desenvoltorios varios… ¡Mi héroe! Sus represalias y venganzas –con las que todo músico ha soñado alguna vez en idénticas circunstancias- van parejas a su indignación. La ironía de sus comentarios sobre los “molestos” es de nota. Su reflexión final con la que se cierra el relato lo resume: “Lo esencial es el respeto ¿no? Y si no lo tienes, hay que inculcártelo”.

Opuesto totalmente en su contenido y formalidad es el otro relato “musical” del libro: El Silencio. Aquí Barnes va hilando una serie de breves recuerdos, apuntes estéticos, aforismos, que pone en boca de un ya jubilado Jean Sibelius. Conocido es el intrigante dato del silencio compositor que el músico finlandés mantuvo en los últimos treinta años de su vida (la verdad es que no fue tan radical porque, por ejemplo, compuso el Adagio festivo que hemos interpretado, pero lo cierto es que de ser un prolífico y reconocido  compositor pasó al mutismo casi total). De ahí el título del relato. Ponerse en el papel del compositor es arriesgado y complicado, máxime si con ello se pretende justificar ese intrigante “silencio”. Barnes supera el reto con este “collage” narrativo de depurada calidad y, creo, acierto psicológico-musical.

  • El absoluto, de Daniel Guebel. Ed. Literatura Random House

Más que una novela, yo la llamaría un “artefacto” narrativo. Su rareza estriba en que partiendo en principio de un planteamiento convencional: la historia de una familia a través de seis generaciones, acumula un disparatado desarrollo basado en las  rarezas y excentricidades de los protagonistas, entre quienes destaca un Alexander  Scriabin, cuya vida creo que poco coincide con los episodios aquí narrados, o mejor  dicho recreados y llevados al límite de lo verosímil. La cosa promete con el primer  personaje de la saga, un imaginado Frantisek Deliuskin, bisabuelo de Scriabin, que  componía sus obras musicales a partir de las distintas variantes de sus prácticas  sexuales, relacionando formas y tonos con acrobacias de cama y los desarrollos  melódicos y armónicos de la composición con la progresión amorosa que,  inevitablemente llega a la apoteosis musical/orgásmica. En la narración sobre la  descendencia de semejante personaje se cuela algún “no músico” que dedicado a la  religión o a la política, en términos por supuesto igual de delirantes que los músicos  de la saga, alejan a la novela de la temática musical que sin embargo es retomada  con la recreación de la vida de Scriabin, el famoso compositor ruso.

La novela se lee con bastante sorpresa y algo de desconcierto porque el “realismo mágico” –el autor es argentino- aplicado a una saga de músicos ruso/argentina no  deja de parecer a ratos un tanto forzado y disparatado. La narración se  “desparrama” por momentos y las peripecias vitales de los protagonistas no es que  resulten exageradas es que son increíbles, aunque por supuesto no estamos ante la  pretensión de verosimilitud de lo contado. Recomendables obras de Scriabin, por  decir algo.

  • La pirueta, de Eduardo Halfon. Ed. Pre-textos

Otro autor latinoamericano, que al igual que el caso anterior, se adentra en el mundo de la Europa oriental, esta vez de la mano de la historia de un pianista serbio, para ahondar en la música y la cultura gitano/balcánica. Más breve y conciso que el libro anterior, sin tanto “desparrame”, en La pirueta hay misterio musical y no tiene que ver con la trama donde, salvo la desaparición y búsqueda del pianista, misterio no hay ninguno. Son las peripecias del protagonista, un periodista que persigue obsesivamente el fantasma de su amigo pianista a partir de una serie de postales que va recibiendo y que le conducen finalmente a una Belgrado post-bélica donde la atmósfera de la música zíngara envolverá todo lo que se nos narra con detalle preciso. Aquí hay que oir a los balcánicos empezando por Goran Bregovich.

  • El don de la fiebre, de Mario Cuenca Sandoval. Ed. Seix Barral

Voy a reproducir lo que un buen amigo librero colgó en su Facebook sobre esta novela: “Biografía novelada del compositor y organista francés Olivier Messiaen (1908-1992). Descubierta por recomendación de un buen amigo, esta obra es de una sensibilidad extrema, muy recomendada para leer acompañada de la música del autor y así conseguir un crisol de experiencias y sensaciones difíciles de explicar. No es una biografía lineal pero sí es una forma de comprender la música de este compositor, nada convencional, avanzado para su tiempo y que en muy difíciles circunstancias sabe apreciar y aprehender los valores y experiencias que la naturaleza y la fe ponen a su alcance. Prisionero de los nazis, creyente con todas las consecuencias, las últimas páginas sobre la vivencia de la muerte son de una riqueza literaria exquisita, amante de la naturaleza y en especial d ellos pájaros, convierten este personaje en un gran atractivo. Es pues una buena novela que hay que leer con reposo y deleitándonos de su prosa , a la vez que, escuchamos las composiciones vanguardistas de este compositor”. Pues eso, muy recomendable. Y por supuesto, oír el “Cuarteto para el fin de los tiempos” obligatorio.

  • La cuarta señal, de José Carlos Somoza. Ed. Minotauro

Hemos llegado a una sociedad donde el mundo virtual ORGANO prácticamente ha sustituido al mundo real. Pero lo mejor de todo es que ese mundo virtual está  organizado matemática/algorritmicamente en base a la música de J. S Bach. ¿Y si resulta que el mundo virtual es en realidad el real y que la música de Bach es anterior al mundo e incluso al propio Bach? Nuestro origen estaría en un gran Big Bach y el  Bach histórico que conocemos no sería sino la encarnación, cual profeta, del  “eterno” Bach. Si en ese mundo “mátrix” aparecen unos malvados dispuestos a  acabar con el gran “core” informático que sustenta al mundo ÓRGANO tendremos  un grave problema que sólo la pareja protagonista –tanto en su vertiente real como en su vertiente virtual– serán capaces de resolver durante los Cuatro Días Más Importantes de Todos en que se desarrolla la trepidante acción. Bien, he intentado  resumir la trama pero os prometo que usando lenguaje convencional -analógico– no  es fácil. Me parece que esto es literatura del futuro. He leído que este libro lo utilizan  en algunos institutos para intentar introducir a los “millenials” en el mundo de la  literatura y la música – en concreto a Bach, por supuesto-. Si es así, bienvenido sea. La verdad es que es un poco desconcertante, no podría definir el género: ¿Fantasía? ¿Ciencia-ficción? ¿Misterio? ¿Histórica?… Lo tiene todo. Original es un rato, eso es innegable. La música es sólo Bach… eso sí por un tubo (de órgano)

  • Yo, Farinelli, el capón, de Jesús Ruiz Mantilla. Ed. Galaxia Gutenberg

Farinelli es el cantante que representa el máximo de la ópera barroca, el “pop star” de la época, y era un castrato, denominación que se utiliza para referirse al cantante sometido de niño a una castración para conservar su voz aguda. El término tradicional español referido a estos cantantes era capón. El autor que ha sido crítico musical de El País recrea una autobiografía o más bien un memorial que el anciano Farinelli, ya retirado en su casa de Bolonia, evoca sobre su vida personal y artística. Es difícil planear una autobiografía escrita en el siglo XVIII desde la ficción del siglo XXI pero el autor sale airoso del reto, ya que en todo momento utiliza una rigurosa narración y un estilo muy propio de la época. Y sucede que conforme vas adentrándote en la vida logra transmitir la veracidad de lo relatado y consigue que el lector se identifique con Farinelli. La figura de los castrati era algo asumido en la época como normal. Su arte causaba admiración y gozaban de un prestigio social cimentado en su también éxito económico como artistas cotizados. Eso los que llegaban a la cumbre, claro; nada o poco sabemos de los numerosos niños que morían durante la siniestra cirugía o de los que acababan desequilibrados en su mundo incompleto. No voy a entrar en disquisiciones sobre identidad de género (la novela tampoco entra, aviso). Es un interesante relato histórico y musical por el que nos va conduciendo el autor… Recomendaría también ver la película con el mismo título “Farinelli”, de la que guardo un grato recuerdo, y como fondo musical las óperas de Haendel, aunque como bien se narra en el libro estuvieron en “bandos” enfrentados por lo que el repertorio de Farinelli no fue precisamente el del sajón. Eso sí, hay que oírlas interpretadas por contratenores…

  • Preludio, de Jesús Ruiz Mantilla. Ed. Galaxia Gutenberg

Las 24 Preludios de Chopin son una de las cumbres de la literatura pianística de todos
los tiempos y estructurando la novela en veinticuatro capítulos correspondientes a cada
preludio – con su número y tempo – vamos acompañando al pianista protagonista de la
novela en una peripecia personal y artística que tiene mucho de bajada a los infiernos.
Son muy peculiares las opiniones sobre la vida y la música – tan entrelazadas para él –
que expresa el protagonista, así como los episodios que se van desgranando sobre su
transcurrir vital (por ejemplo, su novia compone para él una pieza “contemporánea” y
como no le gusta – es clásico en su estética – le pone la maleta en la puerta). Ese mundo
obsesivo y en ocasiones paranoico del artista puede recordar al antes comentado
“malogrado” de Thomas Bernhard, pero aquí el pianista y el novelista son españoles y
el contexto en el que todo se desenvuelve se hace por ello más reconocible.
Como he comentado antes, Ruiz Mantilla es un acreditado crítico musical y se nota que
conoce bien el mundo artístico sobre el que la novela se inspira. Espero que cualquier
parecido con la realidad sea pura coincidencia porque, la verdad, no le arriendo la
ganancia al protagonista…
En cuanto a la música de fondo no cabe duda de que cada capítulo hay que acompañarlo
de la audición del correspondiente preludio, basta con seguir el índice del libro…..

  • Una muerte cantada, de Ruth Zauner. Ed. Autografia

Una periodista que vuelve a España trabajando para una revista musical extranjera se
presenta en el Teatro Real – de Madrid – para preparar un artículo sobre la “exitosa”
gestión del mismo con la excusa de un estreno de postín. Pero, en el fondo, lo que
pretende – aparte de arreglar ciertas cuentas con su pasado – es investigar las extrañas
circunstancias de la muerte del anterior Director artístico cuya “originalidad” había roto
los moldes de una institución conservadora y había causado por ello un sinnúmero de
enemigos. El mundo de la ópera en general y de la proyección política de este teatro en
particular es diseccionado con detalle en el contexto de una pesquisa detectivesca en
donde la protagonista va arreglando también sus propios asuntos pendientes.
El mundo del teatro operístico que refleja es un auténtico avispero donde no hay
persona o juego inocente La galería de personajes que se desenvuelven en esa lucha de
poder, intereses y egos se retrata de una manera cruda y me temo que muy realista.
Todo ello en medio de la frenética preparación del estreno de la ópera inaugural de la
temporada – que contiene su propia y excéntrica, como no, puesta en escena – y todo
ello con el paisaje urbano y artístico de la ciudad de Madrid como fondo.
La oscura trama que “neutralizó” al finado Director artístico es descubierta al final por
la intrépida periodista que tiene que sumergirse en la estructura burocrática y los
complejos intereses económicos y de poder que rodean al teatro. Los aspectos musicales
son dejados de lado aunque por supuesto hay un montón de referencias a la complejidad
del fenómeno operístico que recordemos, engloba a todos los aspectos y ramas
artísticas, hasta el punto de que algunas veces parece que la música sea lo de menos y
que el director extravagante de escena tenga más mérito que el compositor…. pero es lo
que tiene ser el “arte total” y padecer la banalidad y esclavitud de las superficiales
modas sociales.
La novela hay que escucharla con fondo operístico, por supuesto, y que cada uno elija la
que más guste.

  • Los últimos pianos de Siberia, de Sophy Roberts. Ed. Seix Barral

Este es un libro que mezcla relato de viajes presente e historia pasada, experiencia
personal y retrato colectivo, reportaje periodístico con investigación y sobre todo amor
por un paisaje infinito: Siberia. No es propiamente una novela pero se construye a partir
de una concatenación de episodios novelescos en un recorrido geográfico. Y sobre todo
refleja la predilección que el atribulado pueblo ruso, en las circunstancias más
dramáticas y extremas, ha sentido, y siente, por la música como expresión profunda del
alma y la vida. Además, si hay algo extremo dentro de la extrema Rusia, eso es Siberia.
Allí todo está en el límite que los humanos pueden soportar y por eso aparece la música
en ese mundo como refugio y salvación. Puede que en la narración se cuelen algunos
prejuicios occidentales hacia el mundo eslavo pero la visión de la autora británica es
muy empática hacia lo que nos muestra. Su documentación, sin caer en la erudición
académica, es solvente y sobre todo, el toque humano que nos transmite acaba también
por hacernos enamorar de ese territorio tan lejano y sobrecogedor donde en medio de
una historia convulsa y una naturaleza extrema la música encontró su lugar de consuelo.

¿Quién, por eso y aunque no haya estado a 35 grados bajo cero, no ha sentido en algún
momento la consolación de la música en medio de la tribulación ?
De fondo música para piano rusa, anda que no hay para elegir…

  • Salvar a Mozart, de Raphael Jerusalmy. Ed. Navona

Es el breve diario que un personaje de ficción, el crítico musical Otto J. Steiner, escribe
en los últimos días de su vida, enfermo de tuberculosis y recluido en un sanatorio de su
ciudad, Salzburgo, durante el ominoso periodo 1939-1940, los primeros años de la
anexión de Austria al III Reich. Como asesor musical del famoso Festival salzburgués
contempla y narra no sólo su propio e imparable deterioro físico sino también la
estulticia de los nazis intentando convertir el Festival musical en un altavoz de su
cultura “superior”. Sólo la esperanza de perpetrar una sibilina y musical venganza que
los deje en ridículo mantendrá el último hilo de vida que le queda al protagonista. La
escritura es concisa y precisa, refleja la desesperanza del moribundo en un escenario
doméstico e histórico crudo, muy crudo y embrutecido. Pero será la música, de nuevo,
quien no sólo le otorgue el último consuelo sino quien imparta justicia histórica.
La música que acompaña al libro debe ser el concierto para violín y orquesta en do
mayor de Mozart, y ya sabréis por qué.

  • Sentimentales, de Manuel Longares. Ed. Galaxia Gutenberg

Una pequeña ciudad de provincias donde todo, absolutamente todo el “espacio/tiempo”,
gira en torno a la música. Una especie de realismo mágico rayano en el surrealismo,
donde los originales personajes viven en unos limbos tonales. La melomanía social lo
impregna todo: el bar donde se reúne la peña a divagar y “ejecutar” prácticas musicales
se llama “Becuadro”, y las calles de la ciudad obedecen a denominaciones como
Melisma, Contrapunto, Politonal… Por supuesto los ciudadanos están divididos en dos
bandos irreconciliables reflejo de sensibilidades musicales antagónicas, que acumulan
agravios históricos y que se agrupan en dos sociedades musicales: la Corchea y la
Septimino.
Longares es un escritor actual que plasma un costumbrismo disparatado narrado
también con un estilo muy barroco, excesivo es sus descripciones y francamente
exagerado en sus situaciones absurdas. No hay divagaciones musicales serias, y hay que
meterse en el ambiente provinciano-musical y en el lenguaje metafórico y recargado que
utiliza el escritor para seguir pacientemente el hilo dislocado de la narración y de sus
atrabiliarios personajes, todos ellos músicos o melómanos integrales.
Creo que la música adecuada es sencillamente la zarzuela, a gusto y demanda.

  • La contraseña del infinito, de José Luis Téllez. Ed. Espuela de plata

José Luis Téllez es un veterano y reconocido crítico musical que agrupa en este
volumen un conjunto de cuarenta y ocho relatos breves de temática musical para leerlos
como uno prefiera. Erudito en las fuentes inspiradoras de todos ellos, los hay de todo
tipo y juegan a plantear diversas y curiosas fantasías musicales. Quiere decir que no son
los típicos relatos que recrean anécdotas históricas de músicas y músicos. Son por el
contrario de inspiración totalmente libre; ficciones curiosas en torno al hecho musical.
Aquí el fondo musical debería ser tan “misceláneo” y variado como lo es el propio
contenido del libro.

  • Bienamada, de Empar Moliner. Ed. Planeta

La protagonista es pareja de un violinista titular de una orquesta de Barcelona y narra su
vida conyugal con el artista en un tono muy desenfadado, algunas veces hasta soez, pero
siempre divertido. El momento de inflexión en la relación se produce cuando ella, que
está en el climaterio, toma conciencia de que su marido va a serle infiel con su nueva
compañera de atril. Ese futurible certero va acercándose para hacerse realidad durante la
narración aunque el desenlace sea sorprendente. Pero no hay drama de por medio, ni
siquiera celos tremendistas. Todo está narrado con mucha ironía, más bien sarcasmo, y
mucho sentido del humor. Los músicos en general, y los violinistas en particular, no
salimos muy bien parados aunque hay que reconocer que no nos viene mal una visión
crítica y humorística desde fuera:“No había pensado en la posibilidad de hacer
facking; ella pensaba estudiar y estudiar para llegar a tocar todas esas notas seguidas,
pero ahora él, gato viejo y experimentado, músico tramposo, le explica el truco. Hacer
facking. Engañar al director para que no vea que no has tocado todas las notas (no las
toca nadie , asegura)”. (ja, ja,ja : ¡¡ es cierto!! , ¿ quien no ha hecho “facking” ? ). Una
novela moderna, sin complejos – sin filtro ,se dice – , de escritura rápida y desenfadada.
Para pasarlo bien e incluso reírse.
Al co-prota y a su nueva compa de atril les encanta la Obertura festiva de Shostakovich.

  • El polaco, de J.M. Coetzee. Ed. El Hilo de Ariadna

Una corta pero absorvente novela que describe la relación entre un maduro y famoso
pianista polaco, especialista en Chopin, y la mujer que le atiende como invitado con
motivo de la interpretación de un concierto en Barcelona. Mediante escuetos y concisos
párrafos un narrador y la propia mujer recrean el encuentro y la evolución de la relación,
nada convencional, entre ambos personajes. Coetzee es un Premio Nobel de Literatura y
es evidente la maestría del lenguaje que utiliza para describir las situaciones y los
sentimientos de los protagonistas. La música es el telón de fondo de la narración porque
“la música es buena en sí misma, tal como el amor es bueno, o la caridad, o la belleza,
y buena además por hacer a las personas mejoras personas”. Los contados encuentros
que mantienen Witold y Beatriz, y las impresiones, dudas y recuerdos que dejan en
ambos, se describen con precisión y con la riqueza psicológica que una relación de
madurez requiere. Es un paréntesis en sus vidas que incluye una escapada a Mallorca
que evoca la visita que Chopin realizó a la isla,- de hecho él ofrece un concierto en
Valldemosa-. Contraste el que se nos ofrece entre la vida de un pianista que nació en
1941 y que ha permanecido toda su vida en la Polonia comunista dedicado a Chopin y
la mujer, más joven, ejemplo de burguesía melómana catalana
Una muy buena literatura. Y de fondo, naturalmente, Chopin.

  • 555, de Hélène Gestern. Ed. Periferia y Errata naturae

Domenico Scarlatti es el protagonista indirecto de este libro aunque la acción se
desarrolla en tiempos modernos y los intereses y pasiones que arrastran a los personajes
tienen mucho que ver con los afanes actuales. Cinco narradores distintos nos describen los acontecimientos que se desencadenan a raíz de la misteriosa aparición de una
partitura que bien podría ser la 556 sonata del mítico compositor. El marco de la acción
es París aunque los personajes viajan mucho, eso sí. Los protagonistas son un cotizado
luthier que sin embargo arrastra un completo desorden vital; su socio artesano ebanista
que al contrario vive cerrado en sí mismo y desengañado con el mundo; una virtuosa
concertista del clave, famosa y a quien todo el mundo reverencia; un profesor de
musicología de La Sorbona prendado de sí mismo y un rico coleccionista de arte
holandés de vuelta de la vida a raíz de su viudedad. Esto cinco personajes narran cada
uno desde su distinta visión los contratiempos sufridos en la búsqueda de esa partitura
que aparece al principio y que luego ya no se sabe nada de ella (hasta el final, claro).
Los retratos psicológicos de los personajes están muy bien caracterizados y son muy
creíbles tanto en sus aspectos vitales como en sus facetas musicales. Cada uno se acerca
a la música desde una vivencia – y un interés – distintos y eso es lo que hace que la
trama psicológico-detectivesca se enriquezca con lo que los personajes aportan en sus
vivencias musicales. La novela está muy bien narrada, con un ritmo andante tirando a
allegro que engancha.
Naturalmente el fondo musical debe ser la integral de las Sonatas de Scarlatti. Anda que
con 555 compuestas da para un rato….

  • Doktor Faustus, de Thomas Mann. Edhasa

La he dejado para el final porque esto son palabras mayores y merecen una detallada reflexión. Confieso que cuando, siendo aún más joven, empecé a leerla por un cierto prurito de distinción la novela se me apoderó. Ahora que soy “menos” joven, sin embargo, la he disfrutado con una reposada y al mismo tiempo inquietante lucidez (bueno, parece que hablo como el propio narrador). No cabe duda que estamos ante una de las grandes obras maestras de la literatura universal y eso es mucho.

La novela es la biografía del músico –de ficción, que nadie lo busque en la Wikipedia – Adrian Leverkühn narrada por un amigo, el profesor Serenus Zeitblom, quien atormentado por las experiencias vividas al lado del genial músico se pone, nada menos que en el año 1943 en un espacio de tiempo que llegará hasta abril de 1945, a escribir unos recuerdos que son la vida misma que ambos compartieron. Aparentemente es la biografía inventada de un músico de ficción que como dice el filósofo Eugenio Trías evoca una mezcla de Schönberg y Niestzche pero es mucho, mucho más.

Los primeros capítulos sobre la infancia y juventud de ambos, biógrafo y biografiado, en la profunda Sajonia-Turingia, en ese país donde nacieron y vivieron Bach y Lutero, fueron la causa del abandono en aquel mi primer intento fallido de lectura. Ahora, repito, los he disfrutado y en especial el dedicado a unas conferencias que daba el maestro de música del lugar que resultan ciertamente impresionantes. Mann describe esa temática musical de La música y lo elemental, o La música y lo visual o Beethoven y la fuga con una ironía y gracia en la descripción de las circunstancias de las conferencias y al mismo tiempo con un conocimiento del tema inigualables. Las referencias filosóficas de esta parte de la novela, y en especial las relacionadas con los estudios teológicos del protagonista hay que tomárselas con paciencia pero son necesarias para entender el contenido puramente musical: “mi fe luterana me hace considerar la teología y la música como esferas vecinas e íntimamente emparentadas y a mí personalmente la música se me ha aparecido siempre como una combinación de teología y álgebra. Hay en ella mucho, asimismo, de la alquimia y del arte negro de pasados tiempos, colocados también bajo el signo de la teología al propio tiempo que de la apostasía. No apostasía de la fe sino en la fe”. Con esta reflexión, entresacada de otras muchas que desarrolla el protagonista, no es de extrañar que alcance un pacto con el diablo. El trato “dialogado” en un capítulo con el Diablo establece unas condiciones claras: a Adrian le será concedido tiempo de gloria, creación y fiebre, una exaltación estupenda del espíritu que pasará por encima de las trabas de la moral y la razón. A cambio, él deberá renunciar a todo trato humano. Su relación con el arte será solitaria y dolorosa. Y desde luego, deberá entregar su alma al término del plazo concedido.

Paralelamente, y abonando la discusión sobre si la revolución estética del serialismo contra la música burguesa corre pareja o es resultado de la propia evolución política que representa la experiencia nacionalsocialista asistiremos al ambiente pan germánico y a la fabricación de sus monstruos. Todo ello con una narración pausada, con una prosa engañosamente sencilla, que nos atrapa como alguien ha descrito con una musicalidad “mahleriana”.

El compositor cree que “es preciso ir más lejos y con los doce peldaños del alfabeto templado semitonal construir palabras de más volumen, palabras de doce letras, combinaciones e interrelaciones de los doce semitonos que sirvieran de pauta para la obra, fuera ésta del género que fuese. Cada nota de la composición, melódica y armónica, debiera justificarse por su relación estricta con esta pauta fundamental. Ninguna debiera repetirse sin que hubiesen aparecido ante todas las demás. Ninguna debiera aparecer si no es para llenar en el conjunto estructural una función motivada». ¿Os suena bien?, ¿o mal?. Para Mann la inspiración de esta revolución crítica con el patrimonio musical de los quinientos años anteriores es directamente demoníaca, el propio Satanás en el diálogo en el que encandila al protagonista señala que «Esto se acabó amigo. La crítica de lo ornamental, de lo convencional y de lo general abstracto son una y la misma. Lo que no resiste a la crítica es el carácter ficticio de la obra burguesa, en la que la música, aun cuando sin expresarse en imágenes, tiene su parte. El no expresarse en imágenes representa ciertamente una ventaja de la música sobre las otras partes, pero la infatigable reconciliación con el imperio de lo convencional constituye su interés específico y de este modo ha participado, según sus fuerzas, en la consumación del gran engaño. La supeditación de lo expresivo a la reconciliación con lo general es el principio básico de la ficción musical. Pero esto terminó, la idea de atribuir a lo general un superior contenido armónico se desmiente a sí misma. Pasó el tiempo de las convenciones previas y obligatorias que garantizaban la libertad del juego». Casi nada… yo antes de entrar en discusión con el diablo en esos términos tan profundos pediría el comodín de ayuda de nuestro director/ profesor de filosofía.

En fin que el novelón se las trae. Doctor Faustus es un frenesí de personajes (muchos), ideas filosóficas y políticas (todas) y música (real y de ficción). La vida del músico Adrian oscilará entre la fiebre creadora y los periódicos ataques de migraña que le sumen en el silencio. Le veremos convertirse en un genio ignorado por su época. Alguien ha dicho que la historia del Doktor Faustus es la historia alegórica del arte moderno: la ingenuidad ya no es posible, el artista ya no se permite a sí mismo nada, y necesariamente ha de entrar en el peligroso terreno del cinismo y la altivez intelectual. Ese es el auténtico pacto demoníaco del que trata Mann, y que pervierte la relación del artista con su obra. Casi nada.

EL PADRINO DE LA CLÁSICA EN ESPAÑA. El País

El promotor musical Alfonso Aijón. / CRISTÓBAL MANUEL
De El País (23/12/2012)

El País publica en la edición del domingo 23 de diciembre un reportaje-entrevista a Alfonso Aijón, promotor de Ibermúsica y uno de los que mejor conoce el panorama musical en España. La entrevista no tiene desperdicio por la sabiduría del entrevistado, por su categoría como gestor de la cultura en nuestro país y, desgraciadamente, por conocer de primera mano el panorama poco alentador de la música, los conciertos y los músicos en esta estepa cultural que es España.

Aquí va el enlace para los interesados que no lo hayan leído.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/22/actualidad/1356198670_589667.html

EDWARD SAID Y LA MÚSICA

EDWARD  SAID Y  LA  MÚSICA

Por Rafael Gabás

E. Said

Edward  Said nació en Jerusalén en 1935. Vivió en el Líbano, Egipto y finalmente en EEUU, donde fue catedrático de literatura comparada. Es autor de una vasta obra que trata sobre literatura, diferencias culturales, política, antropología y música. Murió en 2003, reconocido como uno de los pensadores más originales del siglo XX, defensor de los derechos humanos con mayúsculas y contrario al monopolio occidental de los mismos. Independiente, crítico, lúcido, honesto y con una enorme firmeza moral, Said siempre pensó que toda persona pública está obligada a mantener una posición de independencia, oposición y resistencia, ha de ser escéptico e inquisitivo ya que toda actividad crítica que tiene que ver con el estado, con la sociedad y con las transformaciones de la historia no es un acto privado.

Edward Said fue, además de intérprete, un melómano reconocido; escribió libros y artículos acerca del fenómeno musical. Echó en falta y denunció el vacío enorme que había en la estética musical, vacío mayor si cabe tras la muerte en 1969 de Theodor W. Adorno, una de las referencias más importantes en este campo, si no la que más.

Fue un pianista notable e interpretaba este instrumento cuanto podía. Tuvo asimismo una gran amistad con Daniel Barenboim (pianista judío) con el que mantuvo una relación cordial que les valió a ambos insultos y algunos intentos de agresión; Fundaron conjuntamente el llamado East-Western Divan, orquesta-taller para músicos árabes e israelíes con la que dieron algunos conciertos.

Said siempre pensó que la música y la cultura están estrechamente ligadas al devenir socio-político, y el papel de la música,  especialmente la clásica, rebasa  el ámbito individual, académico y cerrado que parece caracterizarla. Criticó su papel preponderante sobre las músicas no occidentales, el rol marginal de la mujer, la censura de Wagner en Israel, estudiando en profundidad diferentes compositores e intérpretes.

Muchos pensadores han analizado todo aquello que rodea el fenómeno musical, cómo se produce, cómo se valora, cómo influye en nosotros, qué pasiones despierta, etc., sin llegar nunca a ninguna conclusión general aceptable. Si damos un repaso histórico, para Platón la música era educación y sabiduría, para Aristóteles simplemente pasatiempo y placer, para S. Agustín era una ciencia que actuaba conforme a las leyes del número (idea pitagórica), para Leibniz muestra un equilibrio entre los sentidos y la razón, Shopenhauer se refirió a la música como la más importante de todas las artes, símbolo de las aspiraciones más sublimes del ser humano. E. Hanslick la  definió como un arte asemántico, es decir no representa nada. Según Adorno (bajo mi punto de vista la figura más importante dentro de la estética musical), no podemos conformarnos con definirla como un reflejo superestructural de la estructura económica de la sociedad (marxismo) ni como un objeto autónomo y ajeno (romanticismo): se produce una contradicción recíproca.

Un punto de mira constante en su obra fue Glenn Gould, quien es, en opinión de muchos, el mejor pianista de la historia; para Said el aislamiento, la descontextualización, la reclusión del intérprete durante 10 años y cierto autoritarismo autorial, tienen componentes asombrosos, cuasi paródicos. El arte debe contextualizarse, es algo mundano que se dirige a quien quiera ser partícipe y las obras solamente se acaban  cuando lectores, oyentes y público en general participan de ellas. Escribió ampliamente acerca de la obra de Bach (la repetición bachiana muestra la persistencia humana, no la originalidad divina), Haydn, Mozart(a quien trató injustamente ,en mi opinión, por su actitud servil), Beethoven (el primer músico que dio la espalda a la corte y al mundo eclesiástico),Bruckner, Wagner, Stravinsky y Schönberg, entre otros muchos.

Para Said en la música se producía una antinomia; por un lado como una experiencia intensa, solitaria y subjetiva para el oyente y por otro, punto de encuentro social, donde está implicado el mundo cultural y social. La antinomia tiene una difícil salida, por no decir imposible, ya que por una parte la sociedad se apropia de la música porque sirve para fines sociales, pero por otra la música nos asegura placeres solitarios y tiene un enorme poder sobre cada uno de nosotros como individuos (indudablemente hay algo farragoso y contradictorio en esta antinomia).

Resumiendo, y a modo de conclusión, me gustaría añadir que Said me ha impresionado desde hace muchos años, primero como ser humano y segundo como pensador abierto y crítico. Se percibe, no obstante, cierta contradicción a la hora de definir su visión de la música y los músicos occidentales (clásicos); por un lado la visión romántica de la misma, como una experiencia subjetiva tanto para el que la produce como para el que la escucha; por otro, una visión contraria, protomarxista, que ve en ella un acontecimiento público, que se nutre de la sociedad y que es fruto de la misma. Es verdaderamente preciso describiendo la soledad e individualidad de muchos músicos eludiendo la apropiación social de la obra de arte, pero es más ambiguo explicando cómo sirve a fines sociales y cómo la sociedad influye en el artista… ¿Si la música es un acontecimiento público y artista y sociedad están envueltos en un constante proceso de retroalimentación…¿Cómo explicamos la profunda fractura que se da hoy en día entre compositores, músicos y público?

Orquesta West-Eastern Divan
Fundación Said – Baremboim

VALSES NOBLES. F. Schubert

(Por Miguel A. Beguería)

F. Schubert (Colección Tully Potter)

Cuando Franz Schubert murió a la temprana edad de 31 años fue despedido por sus amigos como el más grande compositor de canciones de todos los tiempos. El título de mejor compositor de canciones ha permanecido inalterable a través del tiempo y hasta nuestros días. Tras su muerte, el mérito de compositor de canciones fue poco a poco ampliándose a otros ámbitos musicales, nunca reconocidos en vida por el público asiduo a los conciertos, como la obra pianística, camerística o sinfónica, para que ésta experimentara finalmente la gran difusión de que gozó. A medida que pasaban los años y la fama de nuestro autor crecía, los amigos, editores y familiares descubrían cientos de manuscritos o pequeñas ediciones de obras que estaban prácticamente desaparecidas y olvidadas y a las que, por primera vez, se reconocía su excepcional valor musical. No eran obras menores. Robert Schumann, en una visita a Viena, descubrió por casualidad nada menos que la sinfonía en Do mayor, la grande, que entregó a Felix Mendelsshonn y que estrenarían más tarde con gran éxito. La sinfonía grande, igual que la Inacabada y todas las demás nunca pudo escucharlas su creador más que a través de modestas interpretaciones entre amigos.

Estas situaciones tan paradójicas nos sumen a menudo en la más absoluta perplejidad cuando nos asomamos a la historia. Franz Schubert es reconocido ahora como uno de los autores de primerísima fila del romanticismo centroeuropeo y, en general, de todos los tiempos. Pero en el momento que le tocó vivir, sólo un puñado de amigos y admiradores reconocieron el enorme genio del compositor. En estos círculos, formados por la bohemia vienesa junto con otros jóvenes de la burguesía, es donde Schubert podía encontrar el clima adecuado para interpretar las numerosas obras que incansablemente iba componiendo. Estas reuniones artísticas se conocían como “schubertiadas” y en ellas, poetas, cantantes, compositores, leían, recitaban interpretaban sus obras. Schubert fue maestro de escuela y podría haber vivido decentemente de esta profesión que aprendió de su padre. Pero se iba del aula a la primera oportunidad que se le presentaba y pronto abandonó definitivamente la profesión para entregarse de lleno a la música. Sin embargo, nunca encontró un puesto de trabajo que le permitiera vivir de la música y tuvo que recurrir a sus amigos siempre y a lo largo de su vida para no pasar hambre y necesidades. A falta de puestos de trabajo estables no tuvo más remedio que recurrir a trabajos ocasionales, a escribir música para el teatro con promesas de éxito que casi nunca se cumplían, o a enseñar a tocar el piano a damas de la burguesía y la aristocracia. Muchas obras para piano tienen este origen pedagógico, fatal circunstancia que ha contribuido a ubicarlas injustamente en el archivo de las obras menores, insustanciales y poco aptas para oídos selectos.

La juventud de nuestro autor, con momentos de alegría junto a otros de profunda tristeza propios de una personalidad bipolar, fue tornándose cada vez más sombría. Aumentó su afición al alcohol, a los mesones y a los burdeles. Cuando a los 30 años se le presentó un cuadro de fiebres tifoideas, su organismo castigado por una avanzada sífilis y medio envenenado por el mercurio que tomaba como medicina contra esa enfermedad, no pudo resistir mucho tiempo. Otro caso de un genio con la vida truncada en su primera juventud.

El autor de los Valses Nobles nos ha legado para el piano una estupenda y variada colección de marchas, danzas, valses, además de las numerosas sonatas. Todas ellas fueron consideradas como música de salón, de escaso valor musical y han sido necesarios casi cien años para recuperar el prestigio del pianismo de nuestro autor, para que sus obras figuren actualmente en el repertorio de los más grandes pianistas y sean objeto de grabación por las firmas discográficas más prestigiosas. En estas obras menores no hemos de buscar las profundidades románticas de otras, como en los cuartetos o en las sinfonías, ya que fueron escritas para sus alumnos o para diversión en las schubertiadas. Pero descubriremos el encanto de composiciones ejemplares desde el punto de vista formal y un uso característico de la tonalidad y la modulación. Schubert escribió unos cien valses para piano entre los que destacan dos colecciones, la Op. 50, con 34 Valses Sentimentales y la Op. 77 con 12 Valses nobles. 

La versión orquestal del programa de Tutti 2.0 es obra de Wolfgang Fortner que selecciona 10 de la colección de valses nobles. W. Fortner fue un compositor alemán con una obra abundante y variada así como escritor de libros relacionados con la música, la musicología y la pedagogía. Murió en 1987.

Maurice Ravel en varias ocasiones se sintió atraído por la música en 3/4 dejando obras preciosas como La Valse o los Valses nobles y sentimentales. Esta última obra, como se puede sospechar por el título, es un homenaje a Schubert. Inicialmente escrita para piano fue orquestada más tarde y destinada al ballet. Son ocho valses de gran ligereza y gracia escritos con el lenguaje moderno que se denominó, por imitación a la pintura de su tiempo, impresionista. Aunque este término nunca le gustó al compositor.

Tanto los valses de Schubert como los de Ravel pueden escucharse en varias versiones desde la página de internet grooveshark.com.

Schubertiada en casa del amigo J. von Spaun

PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA. M. Ravel

Maurice Ravel

(Por Miguel A. Beguería)

Esta obra, Pavana para una infanta difunta, se ha convertido con el tiempo en una de las obras de Ravel más interpretadas y con más ediciones discográficas. Pero el autor del famoso Bolero siempre consideró su Pavana como una obra de estudiante, de poco valor, y le sorprendió la creciente fama que con el tiempo iba adquiriendo la obra entre intérpretes y público; no obstante, él mismo, ante el éxito inesperado y al igual que había hecho con otras obras suyas, creó una versión orquestal. La orquesta raveliana para la ocasión es una orquesta sinfónica completa, con todas las secciones de cuerdas, maderas, metales y percusión. La versión de Tutti 2.0 es una adaptación o arreglo para orquesta de cuerdas.

Maurice Ravel nació en Ciboure, en el País Vasco francés, en 1875. Allí vivió pocos meses ya que la familia tuvo que trasladarse a París por motivos de trabajo. Hasta los 25 años no volvió al sur, a su tierra natal, pero desde entonces procuró cada verano pasar unos días en San Juan de Luz. Siempre se sintió muy ligado a esa tierra que identificaba con España. Su madre era de origen vasco español y parece que siempre le mantuvo cercano afectivamente a esta tierra. De hecho, Ravel compuso numerosas obras de inspiración española, como la Habanera, la Rapsodia Española, Don Quijote a Dulcinea, la Pavana para una infanta difunta y la más famosa de todas, el Bolero. También le inspiró el mundo gitano en obras como Tzigane, una de las piezas virtuosísticas preferidas por los violinistas.

Ravel, compositor ecléctico por la influencia de tantos géneros y estilos musicales, se acercó con frecuencia a las músicas antiguas recreándolas posteriormente en un estilo neoclásico de gran riqueza armónica y tímbrica, como La Tumba de Couperin. En este ambiente hemos de situar la obra que comentamos, Pavana para una infanta difunta. Parece que su madre le cantaba viejas tonadas españolas que siempre recordó y él mismo se acercó con frecuencia al repertorio de nuestro país. La obra que nos ocupa evoca un cuadro en la Corte Española, en el siglo XVII, en el que una infanta baila la pavana, una danza solemne y procesional. Se ha intentado identificar el momento histórico y los personajes que intervienen en la descripción musical, aunque parece que no hay una referencia histórica concreta sino más bien una visión idealizada de la corte española de aquel tiempo. Se trata de la recreación de un instante en tempo lento, como si de un cuadro de Velazquez se tratara, en el que, cabe imaginar, la Princesa Margarita Teresa baila una pavana ante la mirada de su padre Felipe IV y la corte, todo dentro de un ambiente de melancolía y sentimentalismo.

Como se ha dicho arriba, la obra es composición de estudiante, en ese momento discípulo de Gabriel Fauré y todavía muy influido por su admirado Chabrier. Al autor no le gustaba demasiado por su pobreza formal. La pieza, desde el punto de vista formal, es muy sencilla. Su estructura es A-B-A-C-A. El tema principal suena directamente al comienzo, al final y en el centro de la pieza y de forma alterna aparecen otros dos temas independientes. Desde el punto de vista armónico tampoco hay complicación alguna. Es de carácter modal más que tonal. El tema principal está en sol mayor con cadencias en el tercer grado. No hay acordes con función de dominante. La sección C está en sol menor y es la más claramente tonal por su final con los acordes dominante-tónica. Armónicamente utiliza con profusión séptimas, novenas, oncenas lo que otorga a la pieza una gran riqueza tímbrica y colorista.

La obra para piano la estrenó su amigo el español Ricardo Viñes con gran éxito. A partir de entonces se convirtió en una pieza de repertorio habitual. Los pianistas comenzaron a exagerar el aspecto tenebroso, que la obra no tenía, tocándola cada vez más lenta y amanerada, irritando de esta forma a su autor que era especialmente riguroso con los intérpretes a los que no concedía la menor libertad para salirse de lo indicado en la partitura. En una ocasión, Ravel escuchó la lentísima interpretación de su obra a un pianista famoso. Al final, el pianista vino a saludar al autor esperando recibir los elogios por su interpretación. Ravel le comentó: “No sé si se ha dado cuenta que la obra se titula Pavana para una infanta difunta y usted ha tocado Pavana difunta para una infanta.

Para terminar me gustaría recomendar un libro poético y evocador del mundo de Ravel. Se trata de una novela-biográfica o biografía-novelada de Jean Echenoz titulada Ravel en la que se relatan los últimos diez años de nuestro autor. Con un estilo exquisito, el autor recrea el misterioso mundo de este hombre que trabajaba y viajaba incansablemente para convivir con su soledad. Una obra de gran belleza literaria.